Qué hay de lo mío
Quien fue presidente de la Xunta de Galicia, Fernando González Laxe, acaba de hacer un ruego insólito: que dimitan todos los líderes que fueron a las elecciones de diciembre. ¿Motivo? Resultaron incapaces de lograr un acuerdo para formar gobierno y ahora –esto lo añado yo– se presentan a las elecciones de junio en las mismas condiciones mentales y con parecidos avisos demoscópicos. No hace falta ser un profeta para pronosticar que la petición de Laxe no tendrá éxito: ser candidato a la presidencia del Gobierno es lo más parecido a la tierra conquistada y nadie está dispuesto a retroceder un milímetro. Tendremos en las papeletas los mismos nombres, con los mismos programas y prácticamente los mismos equipos. La operación de cambio que suponen las nuevas urnas debe efectuarla el votante. O cambiamos los ciudadanos, o todo seguirá igual.
Ante tan deprimente horizonte, les hago una propuesta: ya que no hay ninguna posibilidad de cambiar de nombres ni hay voluntarios para forzar el relevo, como acaba de demostrar el Partido Socialista, ¿sería mucho pedir que cambiaran el mensaje? Les sugiero en concreto algo muy sencillo: que, en vez de tanta palabrería sobre la maldad del adversario, en vez de tanta teoría sobre la necesidad de un relevo en el Gobierno, en vez de tanta vaguedad sobre la salud del bipartidismo y otros cansinos recursos dialécticos, contesten a la vieja cuestión de todas las elecciones y de todos los ciudadanos de “qué hay de lo mío”.
Qué hay de lo mío significa que esos señores que tanto nos van a servir nos expliquen cómo piensan conseguir que en todos los hogares se llegue a fin de mes sin depender de la caridad de la familia; qué tienen previsto hacer para que vuelvan a la clase media los tres millones de personas expulsadas por la crisis y otros desmanes; cómo proyectan socorrer a quienes siguen siendo desahuciados o qué medidas pondrán en marcha para frenar el crecimiento de la desigualdad… Exponer y contrastar esos proyectos en los debates que vamos a sufrir podría ser la gran novedad de la próxima campaña electoral. Pero eso, claro, tiene un problema: hay que hablar de la realidad. Y algo más terrible: conocerla.