Si sólo fueran los diez minutos...
Sin cortesía, no hay travesía. Los sufridos usuarios de los trenes que vienen de Tortosa y Reus y que pasan por Tarragona son corteses por naturaleza. Tienen que serlo. No pueden plantearse si conceden o no esos cinco, diez o quince minutos de cortesía (tan desconsiderados) porque tienen que ir a Barcelona. A trabajar o a donde sea. Son las siete de la mañana. Y todavía faltan dos horas para comenzar la jornada laboral, pero ¡por favor! que sean sólo diez minutos... Aunque, pensándolo bien, en Tarragona, siempre llega ese día, ese momento, en que se agradece el retraso. Porque en una estación sin ascensor, donde para llegar al andén hay que bajar y subir escaleras (no las hay mecánicas y mucho menos ascensores), esos minutos de margen permiten organizar mejor el traslado con un cochecito, con niños y maletas, por no hablar de una silla de ruedas. Además, esos minutos de cortesía (obligada) pasan rápidos en el andén. Hace días se estropearon los paneles informativos, así que ahora, el retraso pasa más desapercibido. Sin panel, hay que estar pendiente del horario que anuncia la megafonía, si tiene la cortesía de anunciarlo. Total, para qué gastar dinero en un panel viejo, si toda la estación está pendiente de una eterna e integral remodelación. La estación de Tarragona es un símbolo de la dejadez que impera en la red de regionales, especialmente en dirección sur. Además de cortesía, a los usuarios se les supone resistencia. Hay que aguantar cada día un horario espontáneo y en según qué horas y en que épocas del año, a partir de Torredembarra, el retraso tiene premio: un viaje a Barcelona sin asiento, de pie en el pasillo. Si sólo fueran los diez minutos...