Escuela de democracia
Un instituto ocupado por sus alumnos en Río de Janeiro da una lección democrática a Brasilia
Según una investigación de la BBC, 270.000 usuarios de Facebook utilizaron la palabra vergo
nha para describir las escenas de los miembros del Congreso de la semana pasada, que, envueltos en la bandera nacional, se abrazaban, gritaban y dedicaban su voto a favor de la destitución de Dilma Rousseff a sus mujeres, hijos y, en una ocasión, hasta al torturador de Rousseff en los años de la junta militar. El comportamiento indisciplinado de los hombres del Congreso hasta ha sido un estorbo para su propia estrategia de destituir a la presidenta, ya que algunas de sus jactancias públicas sobre la intención de voto causaron el lunes la suspensión temporal del proceso de destitución. Ayer, tras no se sabe cuántos intercambios de favores a puerta cerrada en la sede futurista del Congreso en Brasilia, se reanudó la cuenta atrás para la salida de Rousseff. “Brasil es una república bananera”, resumió el influyente bloguero Luis Nassif.
Para recibir una lección en madurez y democracia, los miembros del Congreso brasileño podrían visitar la escuela pública Almaro Cavalcanti en el barrio de Largo do Machado, en Río de Janeiro, uno de los 75 institutos ocupados por sus alumnos en Río –y de más decenas en São Paulo y en el estado de Ceará– en protesta por los recortes del gasto en educación. “Acabamos de celebrar una asamblea porque había compañeros que no estaban de acuerdo con la ocupación y queremos resolverlo democráticamente”, dice Laura, una chica de cara morena y pelo rubio de 17 años, y una de los quince estudiantes que llevan tres semanas durmiendo en la escuela. “Durante la ocupación estamos organizando clases al margen del currículum, más abiertas, con nuestros profesores y otros voluntarios, y la verdad es que funcionan mucho mejor que antes”, añade Samara, de 15 años. Sus reivindicaciones: el fin de los recortes al gasto en educación, el restablecimiento de comidas gratuitas esenciales para la mayoría de los alumnos en la ciudad de las favelas, mejor calidad de la enseñanza o el fin de la externalización de la gestión de las escuelas, que muchos consideran un primer paso hacia la privatización.
Las políticas de austeridad aplicadas a los centros educativos son responsabilidad del estado de Río, que roza la bancarrota tras el desplome de las regalías del petróleo. Pero la culpa la comparte el Gobierno de Rousseff, que ha privado a los estados de fondos debido a su propia política de austeridad. De modo que los estudiantes quieren un cambio. “¿Quieres decir Michel Temer?”, preguntamos. “¡ Não!” responde Laura. “Es un golpe de Estado y Temer será mucho peor”. Lo ocurrido en el Congreso en los últimos días es “una farsa de mal gusto”, añade mientras los jóvenes de 15 y 16 años salen del viejo instituto tras la asamblea, conversando tranquilamente.
Hay otra diferencia entre la democracia de esta escuela ocupada y el Congreso en Brasilia. Pese a que la sociedad brasileña sea una de las más diversas del mundo, el 80% de los miembros del Congreso son hombres blancos y mayores de 50 años como el mismo Michel Temer, de 75 años, que le saca más de 40 a su mujer, de 33. Esto pese a que el 40% de los brasileños tengan menos de 25 años, el 54% sean negros y el 51% sean mujeres. En la asamblea del instituto de Almaro Cavalcanti hay de todo y las jóvenes mujeres participan activamente en las decisiones.
Aunque los escolares que ya gestionan su propia escuela no quieren definirse como activistas de la campaña. “No habrá golpe”, decían muchos jóvenes brasileños que se han sumado a las protestas contra lo que consideran un golpe de Estado. Estas manifestaciones en defensa de Rousseff han sido mucho más diversas demográficamente que las pro impe
achment. En la gran manifestación que exigía la destitución de Rousseff en São Paulo el pasado 13 de marzo, el 43% de los participantes eran mujeres y el 40% tenía mas de 40 años. En cambio, en la manifestación de apoyo a Rousseff celebrada cuatro días después, el 57% eran mujeres y el 84% tenían menos de 40 años. En cuanto al color de piel, basta con mirar las fotos para comprobar la diferencia.
No sólo hay lecciones democráticas en los institutos sino también en las universidades. La semana pasada, en el patio de la decimonónica Universidad Federal de Río de Janeiro, en el distrito de Botafogo, sometida a recortes presupuestarios como las escuelas, cientos de estudiantes debatían tranquilamente la cuestión de cómo responder al impeach
ment. Gracias a las cuotas creadas por los gobiernos del PT para estudiantes afrobrasileños de familias pobres, muchos eran negros. Los jóvenes destacaban, en intervenciones tranquilas y medidas, que la clave del poder histórico de la élite brasileña es que la Constitución puede interpretarse de mil maneras siempre que sean favorables a su ejercicio del poder. La paradoja es perfecta –explicaba ante la asamblea un joven de pelo largo y gafas de pasta– porque la supuesta legitimidad del proceso de destitución de Rousseff está basada en la soberanía democrática del poder legislativo, pese a que casi 300 de los 613 miembros del Congreso están bajo investigación por su involucración en el caso de corrupción de Lava Jato.
El centro refleja mejor la diversidad de Brasil que el Congreso, que tiene un 80% de blancos mayores de 50 años