Comunistas
Un año antes de la muerte de Franco, dos eran las corrientes socialistas (sin contar por falta de espacio, que no por falta de interés, las de Tierno Galván y Josep Pallach): PSOE y Federación de Partidos Socialistas. Visión plurinacional de España aparte, la diferencia esencial entre esta última corriente y el PSOE era su relación con los comunistas: PCE y PSUC. La FPS colaboraba con ellos (en la Assemblea de Catalunya, por ejemplo), mientras que el PSOE era profundamente anticomunista y se negaba a aceptar la unidad de acción. Acabó triunfando la táctica del PSOE (y de la socialdemocracia alemana, que condicionó en este punto su mecenazgo). Con la fusión de ambas corrientes, el socialismo anticomunista cristalizó.
Durante la primera campaña electoral del 15 junio de 1977, el PSOE usó el término “comunista” en el mismo sentido que Albert Rivera lo usó anteayer: una manera de estigmatizar aparentemente neutra, mediante la que, como decía aquel viejo corregidor, “se nota el efecto, sin que se note el cuidado”. El PSOE cabalgó sin pudor en aquellos primeros compases de la democracia sobre el estigma anticomunista que el franquismo había sembrado. Creía, con razón, que le ayudaría a evitar el sorpasso. La palabra italiana sorpasso empezó entonces a citarse, especialmente en Catalunya: era tal el arraigo del PSUC en comparación con el PSC, que era factible imaginar lo que ahora, 39 años después, puede suceder: que los continuadores del comunismo consigan sobrepasar a los socialistas y, por lo tanto, liderar las izquierdas.
El contexto internacional es otro. La caída del muro de Berlín enterró el comunismo, pero la crisis económica ha dado nueva vida a los que cuestionan el mercado. Muchos argumentos de la nueva izquierda son emocionales: indignación, falta de perspectivas, impotencia de las clases medias. Pero otros son económicos: nueva pobreza, fractura generacional, emigración universitaria, precariedad. El fantasma del comunismo regresa con otros nombres, mezclado con otros ingredientes: reacción contra el poder de las finanzas, populismo, hastío por el desigual reparto de los costes de la crisis... Pero la respuesta es automática: apelando al “comunismo”, se apela, en realidad, a los viejos resortes fratricidas, a las viejas prédicas, a los pleitos inacabados de la guerra. No sólo la izquierda radical, pues, instrumentaliza la Guerra Civil. En la política española, nadie deja este apetitoso cebo sin morder. Mordiéndolo, Rivera ha anticipado el que será el tema general de la campaña.
Se dice que la repetición de las elecciones no traerá novedades. No es verdad: habrá unas cuantas. Pero la central será ésta: ¿está la izquierda no socialista en condiciones de sobrepasar al PSOE y, por consiguiente, de liderar España? Rajoy y Rivera pelearán por decir lo mismo: “Cuidado, que viene el lobo comunista”, lo que inevitablemente arrastrará al PSOE y concederá más y más protagonismo al duo Iglesias-Garzón. Realmente, el PSOE lo tiene crudo. Tendrá que escoger entre Guatemala y guatepeor.
En la política española, nadie deja de usar los cebos suculentos de la Guerra Civil