Filipinas y los presidentes sheriff
LOS filipinos, pueblo dado a las bromas, suelen definir la historia de su país con la frase: “Trescientos años de convento y cincuenta de Hollywood”. Pocos países han tenido dos colonizadores tan distintos como la España de las órdenes religiosas y los Estados Unidos de la democracia... y el cine. Quince años después de la destitución por corrupción del presidente y actor Joseph Erap Estrada, los filipinos han elegido al popular y populista Rodrigo Duterte para dirigir el archipiélago en los próximos seis años gracias a su personal historial en la lucha contra la delincuencia en Davao, ciudad de la isla de Mindanao de la que es alcalde desde 1988.
País aficionado a los apodos, los de Duterte son significativos: el castigador, Duterte Harry (por el personaje de Clint Eastwood), el Trump filipino o el más neutro de Digong. Si Filipinas ha conseguido engancharse finalmente al tren del desarrollo asiático –el crecimiento medio en el sexenio del saliente Benigno Aquino ha sido del 6 %–, la delincuencia sigue siendo una lacra, incomparablemente elevada respecto al resto de Asia. Duterte, que fue fiscal antes que alcalde, ha sabido convertir la percepción de inseguridad y de que los malos ganan en Filipinas en una clara victoria electoral, con casi el 40% d e los votos. Después de limpiar Davao, Duterte ha prometido erradicar la delincuencia por las buenas o por las malas, sin descartar la bon- dad de las ejecuciones extrajudiciales o la pena de muerte para ciertos delitos o para los drogadictos. Su lenguaje está peleado con los matices y tiene afición a las bromas obscenas o a divulgar las bondades de la Viagra...
La otra promesa ha sido descentralizar un país con siete mil islas y barrer la corrupción, un latiguillo de todos los candidatos. Desde que Ferdinand Marcos y su esposa Imelda, la dictadura conyugal perfecta, saquearon Filipinas entre 1965 y 1986, el país no ha recuperado la estabilidad política y ha dado tumbos a la hora de votar. A diferencia de muchos vecinos, la excolonia de EE.UU. y España tiene un sistema democrático impecable sobre el papel, pero un subdesarrollo y corrupción elevados, de ahí el apodo recién desterrado del enfermo de Asia, con emigración de millones de filipinos, muy estimados en medio mundo por su dominio del inglés y una ética laboral de primera fila. Muchos de sus políticos prometen salidas fáciles –como el citado Estrada– o son elegidos por sus apellidos –como el saliente Benigno Aquino, hijo de la presidenta Cory Aquino, o su predecesora, Gloria Macapagal Arroyo–.
Tres datos adicionales: el hijo de Ferdinand Marcos, Bongbong, lidera el recuento para la vicepresidencia mientras que Imelda Marcos retiene su escaño de congresista. Y el popular boxeador Manny Pacquiao roza la victoria en un escaño al Senado...