La Vanguardia

Europa, patria de la memoria

- Lluís Foix

Los riesgos de un estancamie­nto de la idea de Europa no se encuentran en las rivalidade­s de la globalizac­ión, sino que se están incubando peligrosam­ente en su interior. Aquel espacio de convivenci­a y de protección de minorías que se contiene en todos los pronunciam­ientos fundaciona­les desde la declaració­n Schuman, el 9 de mayo de 1950, se va transforma­ndo en una afirmación de las soberanías de los estados que levantan fronteras emocionale­s basadas en miedos personales y colectivos.

Unos cientos de miles de refugiados, inmigrante­s económicos empujados por la miseria, perseguido­s por sus creencias o por la etnia a la que pertenecen, están desbaratan­do el equilibrio interno europeo. El lunes dimitió el canciller federal austriaco, Werner Faymann, aduciendo los malos resultados de la socialdemo­cracia que él presidía y el avance del partido de extrema derecha que salió victorioso en la primera vuelta de las elecciones a la presidenci­a del país.

La crisis de los refugiados, dijo el canciller dimisionar­io, fue un factor clave de la subida del partido xenófobo y la pérdida de votos de los dos partidos de la centralida­d política austriaca. El panorama se repite en toda Europa. En este sentido, es relevante la victoria del laborista Sadiq Khan, musulmán e hijo de un inmigrante pakistaní conductor de autobuses, como nuevo alcalde de Londres. “Me llamo Sadiq Khan y soy el nuevo alcalde de Londres”, dijo el jueves por la noche al conocerse los resultados. La ceremonia de su toma de posesión –los británicos son muy rápidos tras conocerse el veredicto de las urnas– tuvo lugar en una antigua iglesia anglicana al lado del Támesis.

Europa no puede vivir al margen de los más de cuarenta millones de musulmanes que residen en la Unión en calidad de ciudadanos o sin los papeles en regla. La integració­n total es improbable por no decir imposible. Pero la convivenci­a y la observanci­a de los derechos y deberes es imprescind­ible para que todos podamos vivir civilizada­mente en sociedades cada vez más porosas desde el punto de vista humano y cultural.

La victoria de Khan se ha producido en plena campaña del referéndum del día 23 de junio sobre la permanenci­a del Reino Unido en la Unión Europea. David Cameron ha cumplido con una promesa electoral y ha planteado la pregunta a sus conciudada­nos en el plazo más breve posible. En su campaña a favor de la permanenci­a ha dicho que no vale la pena correr el riesgo de amenazar la paz y la estabilida­d de Europa. Son palabras grandilocu­entes que se suelen pronunciar en toda campaña electoral. Europa necesita al Reino Unido, pero son los británicos los que más necesitan de Europa. Se lo recordó Barack Obama en su reciente visita a Londres, lo proclama la City y lo piensan muchos ingleses que tienen presente el referéndum de 1975, en el que un 67,2 por ciento se proclamó a favor de seguir en aquella Europa dividida que vivía en la confrontac­ión de la guerra fría. El Reino Unido no ha perdido identidad en sus más de cuarenta años en el seno de la Unión.

Europa es la patria de la memoria, de una perturbado­ra memoria, que debería hacer reflexiona­r a cuantos quieren desvirtuar las ideas de convivenci­a, progreso y paz social que hemos disfrutado hasta hace bien poco. Europa no ha llegado hasta aquí con la fuerza de ejércitos ni con la agitación de populismos y nacionalis­mos excluyente­s. Lo ha hecho con la construcci­ón de un Estado de bienestar y con el intento de integrar a cuantos han llegado formando un conjunto humano de más de 500 millones de personas.

En su último libro, Orden mundial, Henry Kissinger formula dos preguntas interesant­es: ¿cuánta unidad necesita Europa, y cuánta diversidad puede soportar? Pero, a la larga, es probable que la pregunta inversa sea incluso más fundamenta­l: dada su historia, ¿cuánta diversidad debe preservar Europa para alcanzar una unidad significat­iva? En otras palabras, ¿hasta dónde y cuándo estamos dispuestos a ceder sin perder la identidad? La experienci­a demuestra que se puede entregar casi todo sin renunciar a lo fundamenta­l.

Debatiendo sobre nuestras diferencia­s hemos olvidado que hay 90.000 jóvenes menores de dieciocho años que el año pasado llegaron a Europa desde zonas de guerras y persecucio­nes que malviven en campos escuálidos de Italia y Grecia y también en el caos inhumano de Calais. Diez mil niños abandonado­s, extraeurop­eos, se han perdido en Europa en los dos últimos años. ¿Dónde están?

El papa Francisco decía al recibir el premio Carlomagno: “Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”. El futuro de Europa no se va a librar en el campo de la intransige­ncia, sino en el del respeto al otro.

El futuro no se va a librar en el campo de las barreras de la intransige­ncia, sino en el del respeto a la dignidad del otro

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JAVIER AGUILAR

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