Entre el actor y la diplomacia
Abel Folk despliega sus dotes diplomáticas en ‘La embajada’ rodeado de malos pájaros en Bangkok
Abel Folk es más que la voz doblada de Pierce Brosnan, con la que casi siempre se le presenta e identifica. Nacido en la Catalunya profunda, debutó como actor en 1978 y su carrera se ha consolidado también como director, guionista y productor. Nada mediático y sin presencia en la prensa rosada, es ahora el protagonista principal de La embajada, la nueva teleserie de Antena 3, que rompe moldes de audiencia. Puesto en la piel y la personalidad del embajador en Tailandia, Luis Salinas, resulta más que convincente. Tal vez porque la serie trata de la corrupción política, económica y moral, y él es un hombre honrado y honesto. Y seguramente porque hay en su carrera magistrales interpretaciones en la obra teatral Sí, senyor ministre, y en películas como Mi general, GAL, El coronel Macià o Subjudice, entre otras historias políticamente delicadas y comprometidas. Siempre sobrio y seriamente ajustado a sus papeles, que estudia en profundidad antes de ponerse ante las cámaras, Folk nunca sobreactúa y pertenece al plantel de reconocidos actores catalanes que se valoran en Madrid.
Galardonado en diversas ocasiones en Catalunya como mejor actor, es lo suficientemente modesto como para confesar que no tuvo una gran formación artística, carencia que dice suplir con su capacidad de adaptación, intuición y experiencia. Una experiencia que ha acumulado trabajando con directores de talla como Ignacio F. Iquino en la película Hom- bres que rugen; con John Malkovich en Pasos de baile; o con Woody Allen en Vicky, Cristina, Barcelona. Si se le suma la experiencia que acumula por haber encarnado a personajes como Narcís Monturiol en cine y a Sigmund Freud en el teatro, su papel como embajador que afirma “yo no soy de derechas ni de izquierdas, soy diplomático”, le retrata como un profesional solvente, fiable y creíble.
Aunque en este caso la ficción televisada resulte más suave que la cruda realidad de los telediarios en lo que a corrupción se refiere, el nuevo embajador español en Tailandia pretende cambiar las cosas para bien, misión que le resulta más difícil de lo esperado. Y además, su esposa se la pega con su secretario. Ahora que tan de moda están las carreras de relaciones internacionales, esa mezcla con las relaciones sexuales obliga a que el embajador cumpla más que nunca los siete mandamientos de un buen diplomático, que son: veracidad, porque contribuye a una buena reputación e intensifica la credibilidad. Precisión, que implica certeza intelectual y moral. Buen carácter, que implica moderación y sutileza. Paciencia y calma, que permiten guardar imparcialidad y precisión. Modestia, para no dejarse envanecer y jactarse de sus victorias y éxitos. Lealtad a su gobierno. Y respeto y lealtad al país que le hospeda. Abel Folk representa muy bien en la pantalla esos valores y características, aunque como siempre decía en privado un fallecido diplomático catalán: “Todos los gobiernos dicen una cosa y hacen otra”. Igual que la señora de Luis
Salinas, por ejemplo.