El amargo siglo de Cela
El 11 de mayo de 1916 nacía el autor de ‘La colmena’; simposios y biografías le recuerdan
Hijo de Camilo Crisanto y Camila Manuela, Camilo José Cela y Trulock nació en su querida Iria Flavia, término de Padrón, provincia de A Coruña, el 11 de mayo de 1916. Se cumplen ahora cien años. Con motivo de ese acontecimiento se están programando diversos actos de reconocimiento sobre un hombre polifacético. Ser rumiante y pensante, patillas de noble senador, insistía en que la literatura partía de un hecho elemental: “Uno puede decir una cosa y la contraria. Y no pasa nada”. Y añadía, sobre el oficio de escribidor: “En cualquiera de las cuatro lenguas españolas nos dedicamos a esto sólo los que no servimos para otra cosa. Y algunos no sirven ni para esto”.
Amante del improperio, lamentaba el mal uso de los tacos añorando a Quevedo, su maestro preferido de la sátira. “Una imprecación en su lugar es arte; fuera de lugar, grosería”. Entre los homenajes proyectados destaca una exposición sobre su vida y obra, actividad central del año Cela, que se inaugura en la Biblioteca Nacional de España el 4 de julio bajo el comisariado del doctor Adolfo Sotelo Vázquez, decano de la facultad de Filología de la UB y director de la cátedra Camilo José Ce- la. En otoño la exposición irá a la Ciudad de la Cultura de Santiago.
Un simposio internacional, Cela, cien años más, se celebrará en Madrid entre el 17 y el 19 de mayo y en la Feria de Guadalajara se ha presentado ya la última biografía sobre el escritor, Cela. Retrato de un Nobel, de Francisco García Marquina. En Barcelona, a la espera de cerrar el calendario, se calcula que se celebrará el centenario durante la segunda quincena de octubre con una doble jornada organizada por la UB y el Cercle del Liceu.
En abril de 1986, hace ahora treinta años, quien esto suscribe consiguió que Camilo José Cela le concediera una entrevista gracias a decirle que le parecía un hombre algo maleducado y con mirada de cebú. A don Camilo no le gustaba que le hicieran la pelota, así que la conversación continuó como una seda.
Empezó advirtiendo que las siglas CJC que lucían bordadas en todas sus camisas (las señalaba sin verlas, claro, su papada pendulante no se lo permitía) no correspondían a su nombre, sino al lema de su vida: “Comer, joder y caminar”.
El senador por designación real, académico, premio Cervantes, premio Príncipe de Asturias, premio Nobel de Literatura, marqués, se permitió durante años decir lo que quiso y como quiso. Y se pateó España – Viaje a la Alcarria, Viaje al Pi- rineo de Lérida, etcétera– “de caralho en caralho”, como gustaba decir.
Ciertamente se ganó a pulso la distinción de Caminante con mayúsculas, caminante de honor que arrancó sonrisas socarronas a españoles de posguerra mientras él no regalaba ni una. “Es que si me río, confundo a historiadores futuros”.
En aquella ocasión, don Camilo mantuvo las leyes de la cortesía. Pertenecía a esa raza de especímenes silvestres que se subían las gafas de pasta a cámara lenta, hablaban con voz de gramófono, pasaban del “psee” al “sii”, gesticulaban poco. Ceñía sus pantalones a la altura del corazón y cambiaba de registro cuando le interesaba.
Jamás consideró pecado ni la gula ni la lujuria, argumentaba que el miedo y el nerviosismo son producto de la mala educación y creía que todo era susceptible de pasar por el filtro del humor negro. Según él –no todos sus conocidos suscribirían este dato– fingir le aburría.
Vivía, por aquellos ochenta, en Mallorca con su mujer, María del Rosario Conde Picabea, con la que se casó a los 28 años y cuya figura reivindica hoy el hijo de ambos. “Constato al cabo, cuando llega el siglo exacto –ha escrito Camilo José Cela Conde, catedrático de Filosofía del Derecho–, que el Cela camaleón, ese creador genial de sus propios y contrapuestos personajes que tanto se complació en representar, quizá se me escapase”. Y añade el hijo del Nobel, sobre el libro que acaba de publicar, Cela, piel adentro (Destino): “Llegar a semejante conclusión no ha sido fácil. Es el resultado de bucear en la montaña de papeles que Charo, mi madre, fue atesorando durante toda su vida al lado de Camilo José Cela: cartas, poemas, manuscritos y dibujos que sirven ahora de ariete para derribar las defensas del Cela oficial y más falso. Mi parte alícuota en el homenaje consiste en reconocer que es así, en volver de nuevo sobre mi padre para buscar esta vez no aquel Cela que se nos ofrecía de puertas afuera, sino el que él mismo supo esconder piel adentro”.
“La literatura parte del hecho elemental de decir algo y lo contrario, no pasa nada”
Jamás consideró pecado ni gula ni lujuria y consideraba el miedo de mala educación
Se casaron en una boda que el escritor definió así: “Boda absolutamente convencional –ella de blanco, yo de jaqué– todos arregladitos, todos diciendo que sí, como eran entonces las bodas burguesas. Y me casé convencido, sí, claro, ¿por qué no? Tampoco me lo planteé mucho. Yo no creo que estas cosas sean tan trascendentes; se hacen un poco porque sí, por inercia”. Charo falleció en Palma a los 88 años, un año después de que el Nobel muriera sin haber restablecido las relaciones con su primera familia.
Frunció el ceño. “Me levanto a las seis, con Manoliño, el jardinero, me tomo sopas de ajo y aguardiente. Luego, hacia las 9.30 desayuno un par de lonchas de jamón, café con leche y una ensaimada o dos. ¡A mí no me gusta cargar mucho! De noche vienen a cenar, siempre acostumbramos a tener amigos. Visitas no, que son una lata”.
Aborrecía el género erótico, al que él llamaba “cine cochon” y añadía “los de Padrón somos más serios. Mire, me tapo los elásticos porque es una pieza de ropa tan erótica como la liga en la mujer”. Y sin embargo, La colmena tuvo que publicarse en Buenos Aires en 1951 porque en España había sido censurada por el franquismo a causa de sus “recurrentes escenas eróticas”. Cela tenía entonces 35 años. No fue hasta el año 1963 cuando el ministro del Interior, Manuel Fraga, autorizó la primera edición española.
Provocó con su misterioso ascenso a premio Nobel, con su tardía relación con la periodista Marina Castaño y con su chófer negra. Provocó explicando por televisión la absorción anal de litros de agua, una práctica que se adjudicaba. Y aportó a la literatura española obras maestras como La colmena, San Ca
milo o La familia de Pascual Duarte, que escribió con 26 años. “Ahora –nos dijo aquel abril de hace treinta años– sólo aspiro a contar las cosas de la manera más inmediata y literaria posible”.
¿Para qué sirve ser miembro de la Real Academia? “Mujer, ¡para dejar de pensar en ello! Esto es como cuando uno piensa en tirarse a la vecina. Una vez hecho, se piensa en otra cosa”. Cronista amargo de épocas amargas, consideraba la militancia una forma de beatería, algo estúpido. ¿Y la monogamia? “Yo creo que es una desconsideración, por aquello de ‘haz el bien y no mires a quién’”. ¿Y la fidelidad? “¿La fidelidad? ¡Sí, hombre! ¡la fidelidad para el Barça!”. Se levantó y salió, tambaleándose, por la puerta del salón central del hotel Ritz.