Vagabundo de las montañas
La huella del ‘Viaje al Pirineo de Lérida’ realizado por el premio Nobel de Literatura con Josep Maria Espinàs sigue viva sesenta años después
Este verano se cumplen seis décadas del viaje que dos escritores, uno catalán y otro gallego, realizaron por cuatro comarcas del Pirineo leridano. Camilo José Cela y Josep Maria Espinàs planteaban una aventura de la que habrían de surgir sendos libros. Espinàs se dio prisa en escribirlo y en publicarlo, mientras que Cela se tomó su tiempo y antes de darlo a la editorial, con el mismo título, Viaje al Pirineo de Lérida, lo publicó por capítulos en ABC durante el año 1963. El diario madrileño calificaba las descripciones que el autor de La familia de Pascual Duarte hacía del paisaje de montañas y valles como “el éxtasis del vagabundo en el recodo”.
Cela y Espinàs eran amigos y fueron unos buenos compañeros de viaje el uno para el otro. Pero la misma concepción del proyecto era diferente. Cela optaba por definirse como viajero, pero también como vagabundo, mientras que Espinàs era el barcelonés o el forastero. El escritor catalán preparó a conciencia el viaje, mientras que Cela se confió a su criterio. Espinàs tomó notas de lo que iba encontrando mientras que el gallego, según constaba a su compañero, no escribió nada, a excepción de un mapa que dibujó a mitad del trayecto, en Salardú, tal vez el guion del futuro libro. También hay que destacar que el barcelonés describe paisajes y personas, costumbres, lo que se va encontran- do con realismo, pero con distancia, observando, mientras que Cela opta por una prosa en la que personajes reales como la chica de una fonda, el tabernero o el paisano se mezclan con tipos de ficción que va introduciendo. Todo ello con abundantes anécdotas y opiniones que remiten al Cela más provocativo o escatológico, como cuando es advertido por una pareja de la Guardia Civil por bañarse en el río y le conminan a cubrirse porque “va usted en porretas” o cuando, llegando a Sort, el abundante xolís comido “se va estibando entre los mil entresijos del mondongo”. “El hombre –escribe–, cuando la gana de cagar aprieta, suele volverse descarado y violento, antojadizo e incivil”.
Son dos citas recogidas hace escasos días entre habitantes del Pirineo, durante un viaje por algunos de los parajes que Cela y Espinàs recorrieron en agosto de 1956, cuando el territorio se abría tímidamente al turismo y era el destino de miles de trabajadores, sobre todo andaluces y gallegos, mano de obra para las grandes obras hidroeléctricas. En un bar de La Pobla de Segur, donde se inicia el relato, un grupo de señores, todos jubilados, coinciden en la respuesta. Todos han leído el libro y se saben de memoria lo que Cela explica de su ciudad. “Espinàs venía mucho y era muy amigo del alcalde de entonces, Josep Maria Boixareu, y del médico, el doctor Josep Pla i Duat”. Tanto el alcalde como el médico estaban muy ilusionados con el viaje porque entendían que dos libros escritos por autores jóvenes y de prestigio supondrían una forma de promocionar el Pirineo como destino turístico. La primera noche, el alcalde obsequia a sus invitados con una cena en el restaurante Palermo, en la que Cela, no sabemos si exagera, rinde el tenedor ante la trucha veinticinco. Los lugareños afirman que el cocinero de entonces, del que no cita el nombre, cocinaba unas “truites a la pallaressa” que “eran de alta cocina”, una valoración en la que también coincide Espinàs.
Una vez dejado atrás el Pallars Jussà, Cela va describiendo pai-
En un bar de La Pobla de Segur todos han leído el libro y se saben de memoria lo que Cela explica
sajes en un Pallars Sobirà más agreste, pero sobre todo le gusta citar episodios históricos, hurgar en la etimología de los topónimos como Flamicell, Noguera, Gerri, y las conversaciones profundas con tipos curiosos que explican historias, un surrealismo rural, en el que paisanos pallareses hablan como lectores fieles de Quevedo. Cela camina y reflexiona, pero en todos los pueblos en los que hace parada y fonda, repite rituales parecidos. Así, gusta de observar a las mozas “indígenas” y a las veraneantes, con comentarios sobre el aspecto físico de las mujeres que hoy podrían levantar ampollas. Y sobre todo describe y agradece la comida casera, el ambiente de las tabernas y la hospitalidad, o no, de las fondas que los hospedan.
Cuando el vagabundo Cela,
consigue superar la Bonaigua, entra en Aran y llega a Salardú, se aloja en la fonda Barberà. Roberto, el gerente del hostal Montanha, también ha leído el libro y sabe lo que el escritor opinó sobre un establecimiento que hoy ya no existe. “En la fonda Barberà todo es bueno, los huevos fritos, el jamón, el vino, el pan, la dueña (que se llama la señora Antonia Vidal), el salchichón, el chorizo… y hasta el teléfono que sonaba sin parar (el viajero averiguó que aquello era la centralita telefónica)”. Hoy, la fonda Barberà es una casa privada, deliciosamente aranesa, en la que vive Teresa Bravo, la nieta, con más de 80 años y que no recuerda al escritor, pero sí a su abuela. Curiosamente, en la fachada de la casa no hay ninguna placa que recuerde su paso por el lugar, pero sí otra que informa al visitante de que Palmira Jaquetti, poetisa y recopiladora de folklore occitano y aranés, se alojó aquí entre 1940 y 1944. Cela no volvió nunca más a Salardú, un pueblo del que elogiaba que la reja de la iglesia de Sant Andrèu estuviera hecha con las lanzas y espadas que los habitantes habían arrebatado a un ejército de hugonotes comandados por el conde de Saint Girons, a finales del XVI. En Salardú se tiene muy presente a Cela si se tiene en cuenta, como explica un vecino, que su viuda, Marina Castaño, tiene una vivienda que usa en temporada invernal.
En Vielha, Cela se alojó en la fonda Serrano, entonces propiedad de los padres de Juan Antonio Serrano, actual alcalde de Vielha. Hoy, la fonda ya no existe y en su lugar hay un edificio de apartamentos turísticos. Serrano sabe de memoria la cita que dejó escrita Cela. “En la fonda Serrano se almuerza con mucho sentido común… el queso, el jamón y el pan que sirven son de confianza y muy ambrosinos y gustosos”. El viajero describe también al señor Riu Jaquet, que casi al lado de la fonda, en la calle Mayor “despacha un tinto muy saludable que se parece, vagamente, al vino del Ribeiro”. Hoy, en la antigua tienda de comestibles que sirvió a Cela para llenar la bota –que él y Espinàs denominaban Maria Rosa– hay un local de tapas y helados de nombre estrambótico (Woolloomooloo) que el hijo de Riu Jaquet ha alquilado a una pareja, él australiano, ella, italiana. Según Juan Riu, actual propietario, y exalcalde de Vielha entre el 2003 y el 2007, “mi padre fue de los primeros en saber que aquel visitante de barba y pipa era el autor del libro”. Woolloomooloo forma parte de la ruta del pintxo-pote, todo un éxito de público los fines de semana.
En El Pont de Suert, donde Cela y Espinàs dan por concluido su viaje, el escritor gallego afirma que “a bote pronto, parece Maracaibo”, pero muy pronto se da cuenta de que se ha encontrado con la clase obrera, miles de emigrantes cordobeses que han llegado para construir grandes presas. Cela explica las razones de crecimiento de la capital de la Alta Ribagorça y que sus nuevos habitantes reciben cartas dirigidas a Nueva Baena (Lleida). El fotógra- fo Jep de Moner, que sabe pasajes del Viaje de memoria, nos presenta a Josep Foix, Pepito de l’Estanc, hijo del propietario del bar Pepito, en la plaza Mercadal, donde el escritor tomó unas copas de cazalla. El bar no ha cambiado mucho. Desde aquí, Cela enfila el final del camino y pasa por el monasterio de Lavaix, sumergido en el pantano de Escales. Jep de Moner explica que el viejo monasterio, entonces en ruinas, era, según Cela, “un náufrago ilustre al que nadie quiso lanzar un cabo a tiempo”.
El miércoles, 7 de abril de 1965, La Vanguardia informaba de que Camilo José Cela había obtenido el premio Vega Inclán-25 Años de Paz por un conjunto de artículos de exaltación del turismo, dotado con 50.000 pesetas y convocado por el Ministerio de Información y Turismo. “La información fue comunicada personalmente al escritor por el propio ministro, señor Manuel Fraga Iribarne. Cela ha manifestado que entregará la dotación del premio a dos instituciones, San Ildefonso y Nazareth, que acogen a huérfanos de periodistas”.
La mayoría de las personas consultadas para elaborar este reportaje coinciden en señalar que los dos libros significaron la primera gran campaña de promoción de los atractivos turísticos del Pirineo, y lo prepararon para ampliar una economía aislada, básicamente agropecuaria, más allá de la explotación hidroeléctrica a la industria de la hostelería y del turismo de naturaleza. La escritora y montañera Núria García Quera, autora de Nou viatge al Pirineu, en el que sigue la misma ruta que los dos amigos, opina que “es bien cierto que Espinàs tiene cosas para agradecer a Cela, pero yo creo que el Nobel de Literatura murió con una gran deuda con Espinàs”.
“En la fonda Barberà todo es bueno, los huevos fritos, el jamón, el vino, el pan, la dueña...”, escribía Cela