Europa a todas bandas
El clima electoral en Estados Unidos pone de actualidad el debate acerca de las reglas del comercio internacional esta vez muy centrado en los efectos del firmado – pero todavía no ratificado por el Congreso– acuerdo Transpacífico (TPP en las siglas habituales) destinado a crear una gran zona de comercio e inversiones entre media docena de países americanos y otros tantos de Oceanía y Asia, pero dejando fuera a China. Aquí en Europa, recientes filtraciones sobre los contenidos de las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europa acerca de un eventual acuerdo Transatlántico (el ya famoso TTIP) han reactivado la polémica acerca de la fijación de unas reglas que, claramente, desbordan lo estrictamente comerciales para incidir en aspectos tan básicos como las garantías sanitarias de nuestros alimentos o lo que se entiende por soberanía en estos tiempos globales.
TPP y TTIP conforman las dos vertientes más visibles de la tendencia hacia los denominados acuerdos megarregionales, cada uno de ellos con un potencial influjo sobre prácticamente mil millones de personas. Pero también está emergiendo una tercera línea de articulación a gran escala de otras muchas regiones de la economía global. Se trata de la todavía discreta pero ya efectiva iniciativa de China conocida oficialmente como One Belt, One Road (OBOR) con una de sus manifestaciones de más interés para Europa en la nueva Ruta de la Seda, que trata de revitalizar la vía que hace ya muchos siglos conectó el Lejano Oriente con los emporios comerciales medievales del Viejo Continente. Lugares hoy tan de actualidad como Palmira o Alepo tuvieron lugares destacados en esa vía.
Esta tercera vía de articulación a gran escala de la economía global trata de conectar
Europa está en el centro de dos ambiciosos proyectos de acuerdos megarregionales, el TTPI y la Ruta de la Seda
toda Eurasia utilizando como eje nuevas infraestructuras de transportes y comunicaciones que superen unas distancias y orografías –físicas, políticas y culturales– demasiado adversas durante demasiado tiempo. Una Europa a la que le cuesta arrancar, una China que parece ralentizar su crecimiento, y unos países en otros lugares intermedios de Asia –y conexiones con África– con enormes retos de modernización, podrían encontrar intereses complementarios y compartidos con los que superar unas fragilidades que, por separado, tienen más difícil afrontar.
Las dimensiones geopolíticas de estas tres iniciativas – TPP, TTIP y nueva Ruta de la Seda– son de enorme alcance en el tablero de la política y los negocios mundiales. Y cada una de ellas plantea, como se evidencia en las polémicas mencionadas, controversias acerca de hacia qué formato de futuro nos conducen. La nueva Ruta de la Seda tiene, además, el reto de tratar de hilvanar a unos países y sociedades con profundas heterogeneidades sociopolíticas y culturales. Desafíos exigentes especialmente para una Europa cuyo posicionamiento global interactúa tanto con sus problemas internos.