Bailando en la oscuridad
El Barça sabe detenerse en su caída al abismo, no se deja vencer por su autocomplacencia melancólica
Se gana la Liga. Es sábado noche y toca Bruce Springsteen en la ciudad. Al guionista que teje nuestros destinos a veces le puede tanto Hollywood que uno sospecha estar viviendo El
show de Truman. El barcelonismo estuvo a un paso de meterse en la negrura pantanosa de Darkness of
the edge of the town, pero el equipo esquivó a tiempo a la chica de la curva y ahora, míranos, entonando a pleno pulmón Bobby
Jean. El mencionado guionista que ahora también sabemos que es lector de Homero, cuando nuestros muchachos estaban a punto de llegar a Ítaca, quizá castigó a Neymar por el aniversario de su hermana, a Alves por sus vídeos de la risa, a Piqué por un tuit de más a Arbeloa o a Luis Enrique por tratar mal a algún dios disfrazado de periodista en rueda de prensa. Nunca lo sabremos. Los designios de los guionistas, como los de los dioses, suelen ser inescrutables. Pero lo cierto es que cuando atisbaban ya las costas de la patria se convocó una tormenta perfecta y el castigo consistió en alejarlos furiosamente de los títulos. En el fondo, parecía el dichoso juego de la oca: casilla de salida, vuelta a empezar y ya veremos si llegas a tiempo. Naufragio en la Champions y cara o cruz en la Liga. Como señala Piqué, que emerge de esta Liga como líder –uno nuevo: desacomplejado, que gestiona mejor acuerdos entre padres divorciados que se lleven mal que en la fecunda rutina de matrimonios sin amor, tan distinto a los ponderados Xavi, Puyol o Iniesta como lo es Carles Puigdemont de los anteriores presidentes de la Generalitat–, esta Liga la han debido ganar dos veces. Puigdemont u Homs le copiarán la frase en nada. Se aceptan apuestas al respecto.
El guionista demiurgo consiguió dar emoción a un tramo final que parecía la enésima marcha militar culé, y el grupo tuvo que demostrar de qué estaban hechos los sueños y, de paso, ellos mismos. Reaccionó bien con el mencionado Piqué, Messi, Mascherano, Iniesta y un Suárez que lo metió todo y más. Lástima que el giro narrativo conllevó privar al Barcelona de cualquier opción de ganar la Champions y que haya muchas de que la gane el Real Madrid. Además, el destrozo aseguró a Zidane para la próxima temporada. Es cierto que duele más perder la Liga y el pichichi –lo sentimos, Aquiles– en el último partido, o eso de recuperar esperanzas cuando ya no las tenías para volver a perderlas al final, pero también el madridismo y su grupo de jugadores salen reforzados con una confianza en sí mismos que antes del clásico del Camp Nou no tenían.
La consecución de este título de Liga, además de constatar muchos aspectos de la supremacía de un equipo, una manera de jugar y de reinventarse, arroja una prestación nueva. El Barça sabe detenerse en su caída al abismo. No se deja vencer por su emblemática autocomplacencia melancólica. Hemos asistido al fin del pathos adolescente de la culerada. Cómo gestionamos lo que nos sucede funciona muy parecido a una alergia alimenticia. Una vez la padeces, el cuerpo, la piel la memoriza, y ante ingestas parecidas, la reacción también lo es. La próxima vez que el Barça vea que alguien ha cambiado los carteles y que no le queda carretera bajo los pies, el grupo y nosotros recordaremos que, al caer, cabe la posibilidad de no tener que llegar al fondo para volver a subir. Veremos. Pero hoy es sábado noche, y uno puede cerrar los ojos y encontrarse bailando en la oscuridad con música del de Nueva Jersey y la E Street Band. Queda la Copa del Rey. Y que Springsteen deje de destrozar
Purple rain. Aunque igual ambas cosas son mucho pedir.