Una lección de ciudadanía

LOS novísimos de la política abusan del término ciudadanía. El vocablo resulta demasiado abstracto: es mejor hablar de ciudadanos, que son quienes tienen derechos y deberes. En cualquier caso, de las tres acepciones de la palabra, prefiero aquella que define ciudadanía como el comportamiento propio de un buen ciudadano. René Descartes, el padre de la filosofía moderna, escribió que la primera máxima de todo ciudadano ha de ser obedecer las leyes y costumbres del país, y en todas las demás cosas comportarse según las opiniones más moderadas y más alejadas de los excesos. Un siglo más tarde, la Revolución Francesa situaría al ciudadano en el centro de la vida política, rompiendo con el antiguo régimen, y disponiendo que sus derechos fundamentales son resultado de su naturaleza humana y por tanto están siempre por encima de los poderes.

De vez en cuando, uno descubre personajes excepcionales que nos dan lecciones de civismo, de tolerancia y de convivencia. Ciudadanos en los que mirarse (y admirarse) para ver reflejado lo mejor del ser humano. Como el esposo de Josefina Peraire, que fue atropellada hace un mes por una bicicleta en la Diagonal, cuando acudía a un recital poético. Ella iba con prisa, se despistó invadiendo el carril bici y el ciclista no pudo esquivarla. La mujer se levantó y siguió su marcha, pero poco después se desplomó y cayó en un coma profundo del que no se recuperó. Ayer, Josefina murió, y su marido dio las gracias por su colaboración a los sanitarios, a los periodistas y a las personas anónimas que les han ayudado. No ha estigmatizado a nadie, ni ha presentado ninguna denuncia. Ha llegado a agradecer al ciclista que se parara, intentara ayudarla y finalmente se presentara a la policía para explicar los hechos. Su única queja ha sido ante las autoridades por no segregar los carriles bici situados en la acera. Ese ciudadano nos ha dado una lección de cómo comportarse ante la adversidad, de cómo dignificar la condición humana.