El Salvador
Esta Missa de Bernstein que acaba de cerrar la temporada de la OBC –la que fue escrita para la inauguración del Kennedy Center en 1971– es una de las obras de temática religiosa vinculadas al espectáculo más significativas de las décadas finales del siglo XX. Contemporánea del Jesus
Christ Superstar de Andrew Ll. Weber, se enmarca indirectamente en una época de cambios e incertidumbre en la política y en el mundo católico. En la década de los sesenta Ariel Ramírez compone la Misa Criolla sobre textos del P. Osvaldo Catena, en tiempos en que se promueve la teología de la liberación, y de esos años en Europa son también varias de las obras de temática religiosa de Penderecky.
Leonard Bernstein, a pesar de proceder del mundo judío, compone esta obra en la que teatraliza la liturgia católica, y establece puentes con la religiosidad norteamericana, en un discurso de una estructura magistral, pleno de contrastes en sus características musicales, e integrando en la liturgia antiguos usos, en las que de alguna manera el Pueblo pone en duda aspectos del dogma. Son sustanciales las dudas frente al Credo, y la exigencia de gestos por parte del Señor. Este diálogo se materializa constantemente con gestos musicales que introducen lenguajes del pop, que alternan con corales, con atribuciones de pureza al canto infantil, con citas melódicas a grandes obras (Beethoven en la Meditación II), y con momentos musicales de cierto toque vulgar que encajan en un musical. Pero es magistral el discurso directo que conmueve, en el que recurre a la palabra cantilada o coloquial en la Epístola y la reivindicación del canto, de la música, como un camino al cielo. Todo con toques del estilo que definen a Bernstein, juegos rítmicos, color, melodismo encantador y ampulosidad sinfónica en fanfarrias.
No es fácil de digerir esta parodia de Misa para la sala de concierto, referencia de las grandes obras del género, pero, como bien me comentaba la profesora Gómez Muntané, es arte pop. Y Bernstein trabaja con necesidades al alcance de cualquier sociedad avanzada, con exigencia de solos y coros propios del musical (sorprendió el Cor de Teatre), con un Cor Infantil que cada vez reafirma su calidad, y con la estructura muy bien escrita y expresiva –salvo gestos de mero espectáculo– que bordaron las voces de Lieder Cámera y Madrigal. Ovación merecida para el barítono celebrante Dazeley, y para el director Rundel. “El Salvador” podríamos llamarle, después del desplante de Ono, fruto de la indisposición (¿ambicionitis podría ser el diagnóstico?) de dirigir –no hablo de trabajar, al menos aquí– como titular de orquestas que están a mucha distancia.