Una de inspectores
Explican los más viejos del Banco de España que cuando el gobernador Luis Ángel Rojo movía una ceja, muchos temblaban, y así se hacía el prestigio de la institución. Ahora son otros tiempos. El banco ha perdido poder, tanto en la monetización de la deuda a petición de los agobiados gobiernos de turno como en la determinación del tipo de interés, por el hecho de participar en el Eurosistema y ejecutar bajo regulación europea conjunta buena parte de la supervisión nacional. Tampoco el Banco Central Europeo tiene tanta discrecionalidad como tenían las autoridades estatales en el pasado, con el fin de dar la máxima previsibilidad a su actuación en favor de la de los agentes económicos. No es casi posible una acción de política monetaria aislada a escala global.
Más allá de esta percepción, como resultado de la crisis y del malestar derivado, la ciudadanía parece haber perdido el respeto a los responsables de la política económica sin demasiados matices. No es la del supervisor financiero la única institución que está cuestionada por la opinión pública –también lo están las políticas y judiciales–, pero es cierto que es una de las que reciben las críticas más agrias. Estos días se están abonando nuevamente algunos medios y comentaristas a raíz de un informe del Tribunal de Cuentas, que no dice en ningún caso lo que algunos interpretan, y de una carta de una asociación que representa parte de los inspectores del banco y que acostumbra a enviar tanto o más rápido sus misivas a los asociados como a la prensa.
Se podría pensar que la queja se justifica en los errores del pasado del banco, y que la lapidación de los pecadores permite ahora a todo el mundo tirar piedras. Pero eso no hace buena toda alternativa “inspectora” que se proponga. Hacer el análisis retrospectivamente de los errores cometidos por el supervisor es sencillo. Ya les digo yo que no estaba en el momento en que pasaban aquellas cosas. Pero no tengo manera de demostrarlo y vale la pena en cualquier caso no tanto justificarse como estar atentos para que los errores no se reproduzcan. La mejor supervisión europea coordinada es por ello la esperanza.
La economía se mueve por expectativas y estas, a veces, tienen claves endógenas. ¡Por otra parte, hay cosas que el supervisor ha gestionado bien y que no se valoran porque afortunadamente, no habiendo causado daños ni se conocen! Pero las que han salido mal son, de nuevo, pretexto para una segunda reivindicación de esta asociación de inspectores que a mi entender tiene escaso fundamento. Guste o no, estamos ya a dentro de la supervisión europea. Esta supervisión da mucha más importancia a la gobernanza que en el pasado. Es impensable que el Mecanismo Único de Supervisión (MUS) aceptara hoy consejos como los que han tenido muchas cajas de ahorros caídas. La nueva supervisión analiza el perfil de riesgo de los bancos y su modelo de negocio y en función de eso se pide más o menos capital.
Ojalá que este hubiera sido el procedimiento en la España de duros a cuatro pesetas y no el de ir haciendo inspecciones de crédito, coetáneas, como pide de nuevo la asociación. El MUS requiere pruebas de solvencia donde se calcula la solidez y capacidad de resistencia de un banco en situaciones adversas. ¡Qué bien si lo hubiéramos hecho antes del estallido de la burbuja y así habríamos visualizado los estragos de una caída abrupta de los precios inmobiliarios! Se valoran también de una manera consistente los modelos de negocio de los bancos para calcular las necesidades de capital. Una tarea más sistémica y rigurosa que la de la inspección nacional y a menudo interferida por las apreciaciones políticas locales a la que no tendríamos que volver.
En torno al Banco de España y la polémica sobre la gestión de la supervisión financiera