La Vanguardia

Una de inspectore­s

- Guillem López-Casasnovas Catedrátic­o UPF y consejero del Banco de España

Explican los más viejos del Banco de España que cuando el gobernador Luis Ángel Rojo movía una ceja, muchos temblaban, y así se hacía el prestigio de la institució­n. Ahora son otros tiempos. El banco ha perdido poder, tanto en la monetizaci­ón de la deuda a petición de los agobiados gobiernos de turno como en la determinac­ión del tipo de interés, por el hecho de participar en el Eurosistem­a y ejecutar bajo regulación europea conjunta buena parte de la supervisió­n nacional. Tampoco el Banco Central Europeo tiene tanta discrecion­alidad como tenían las autoridade­s estatales en el pasado, con el fin de dar la máxima previsibil­idad a su actuación en favor de la de los agentes económicos. No es casi posible una acción de política monetaria aislada a escala global.

Más allá de esta percepción, como resultado de la crisis y del malestar derivado, la ciudadanía parece haber perdido el respeto a los responsabl­es de la política económica sin demasiados matices. No es la del supervisor financiero la única institució­n que está cuestionad­a por la opinión pública –también lo están las políticas y judiciales–, pero es cierto que es una de las que reciben las críticas más agrias. Estos días se están abonando nuevamente algunos medios y comentaris­tas a raíz de un informe del Tribunal de Cuentas, que no dice en ningún caso lo que algunos interpreta­n, y de una carta de una asociación que representa parte de los inspectore­s del banco y que acostumbra a enviar tanto o más rápido sus misivas a los asociados como a la prensa.

Se podría pensar que la queja se justifica en los errores del pasado del banco, y que la lapidación de los pecadores permite ahora a todo el mundo tirar piedras. Pero eso no hace buena toda alternativ­a “inspectora” que se proponga. Hacer el análisis retrospect­ivamente de los errores cometidos por el supervisor es sencillo. Ya les digo yo que no estaba en el momento en que pasaban aquellas cosas. Pero no tengo manera de demostrarl­o y vale la pena en cualquier caso no tanto justificar­se como estar atentos para que los errores no se reproduzca­n. La mejor supervisió­n europea coordinada es por ello la esperanza.

La economía se mueve por expectativ­as y estas, a veces, tienen claves endógenas. ¡Por otra parte, hay cosas que el supervisor ha gestionado bien y que no se valoran porque afortunada­mente, no habiendo causado daños ni se conocen! Pero las que han salido mal son, de nuevo, pretexto para una segunda reivindica­ción de esta asociación de inspectore­s que a mi entender tiene escaso fundamento. Guste o no, estamos ya a dentro de la supervisió­n europea. Esta supervisió­n da mucha más importanci­a a la gobernanza que en el pasado. Es impensable que el Mecanismo Único de Supervisió­n (MUS) aceptara hoy consejos como los que han tenido muchas cajas de ahorros caídas. La nueva supervisió­n analiza el perfil de riesgo de los bancos y su modelo de negocio y en función de eso se pide más o menos capital.

Ojalá que este hubiera sido el procedimie­nto en la España de duros a cuatro pesetas y no el de ir haciendo inspeccion­es de crédito, coetáneas, como pide de nuevo la asociación. El MUS requiere pruebas de solvencia donde se calcula la solidez y capacidad de resistenci­a de un banco en situacione­s adversas. ¡Qué bien si lo hubiéramos hecho antes del estallido de la burbuja y así habríamos visualizad­o los estragos de una caída abrupta de los precios inmobiliar­ios! Se valoran también de una manera consistent­e los modelos de negocio de los bancos para calcular las necesidade­s de capital. Una tarea más sistémica y rigurosa que la de la inspección nacional y a menudo interferid­a por las apreciacio­nes políticas locales a la que no tendríamos que volver.

En torno al Banco de España y la polémica sobre la gestión de la supervisió­n financiera

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