Gran Bretaña se parte en dos
calizaciones, contratos basura, salario mínimo, flexibilidad laboral mal entendida y mileurismo, contra el poder de las grandes corporaciones, el paro crónico de los mayores de cincuenta años, el desaprovechamiento de los jóvenes, la falta de oportunidades, la imposibilidad de comprar un piso, el castigo a unos clases medias que han tenido que pagar el rescate de los bancos, la destrucción del Estado de bienestar.
No todos los británicos han votado así, en un país que ha quedado partido por la mitad, tanto a nivel geográfico como generacional y de clases. El Brexit ha sido el triunfo de una coalición de nacionalistas, de nostálgicos del imperio y un pasado que siempre fue mejor, de abuelas bucólicas que se resisten a usar internet, vicarios y coroneles retirados del campo, del inglés emprenyat y de las clases obreras de la Inglaterra post industrial, de ciudades como Peterborough, Wigan o Hartlepool con un paisaje apocalíptico como al estilo Blade Runner, con comercios y pubs cerrados a cal y canto, gente ociosa en las calles, grafitis en las paredes y colas ante las oficinas del paro. Son la Inglaterra (y el País de Gales) que se han caído del tren de la globalización, y votaron la ruptura de la UE por márgenes enormes, con una participación de más del 70 por ciento.
Frente a ese mundo, separadas por una enorme grieta, se encuentran las grandes metrópolis como Manchester, Newcastle, Leeds, Leicester, Bristol o Liverpool, y las ciudades universitarias como Oxford y Cambridge, con poblaciones más jóvenes y de mayor nivel educativo que saben navegar por las aguas de la modernidad. También Londres, por supuesto, como gran capital universal del multiculturalismo y capital de las finanzas. Y Escocia, con su propia agenda nacionalista, que votó por Europa pero sin una gran movilización, dividida entre el deseo de permanecer en la UE y el de castigar a Cameron y abrir las puertas a un nuevo referéndum de independencia.
Nicola Sturgeon, su primera ministra, no tardó en ponerlo sobre la mesa. “Es democráticamente inaceptable que a los escoceses se nos obligue a salir de Europa contra nuestra voluntad. Pusimos como condición para otra consulta un cambio sustancial en las circunstancias políticas, y se ha producido, de modo que vamos a aprobar la legislación necesaria para hacerla posible”. La líder del SNP lamentó que eurófilos y euroescépticos hubieran basado sus campañas en el miedo y en el odio, y garantizó que galeses, norirlandeses e ingleses “seguirán siendo, pase lo que pase, nuestros mejores amigos y principales socios comerciales”. El Sinn Féin ha pedido un voto para la reunificación del Ulster y la República de Irlanda.
“Lo más lamentable de la decisión británica es que se trata de un triunfo del discurso xenófobo, racista y antiinmigración de Farage y la extrema derecha –dice el sociólogo Walter Matthison–, que la democracia parlamentaria más antigua del mundo, la misma que derrotó a Hitler, ha descubierto que lleva dentro un veneno neofascista que ha alcanzado también a un sector de los votantes laboristas de clase obrera que echan a los extranjeros la culpa de sus problemas, en vez de al Gobierno por implementar los mayores recortes en sesenta años”. Es posible que el líder del Labour, Jeremy Corbyn, también pierda la cabeza por el escaso entusiasmo con que defendió Europa (“La UE tiene sus ventajas, pero también muchas cosas que no funcionan”, dijo todavía ayer, tras el resultado). Un grupo de diputados de su partido ha presentado una moción de censura contra él.
Mientras el resto de Europa se plantea cómo reaccionar al terremoto británico, los euroescépticos (de entre quienes saldrá el próximo primer ministro) no tienen prisa por invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa para desencadenar el proceso de ruptura, y se muestran dispuestos a desafiar en los próximos
CONSERVADORES Un nuevo líder ‘tory’ negociará la desconexión con Bruselas en otoño
LABORISTAS
Moción de censura contra Jeremy Corbyn por su defensa poco entusiasta de la UE ULTRADERECHA Nigel Farage dice que el 24 de junio es “el día de la independencia de Gran Bretaña”
ESCOCIA
Los nacionalistas piden otro referéndum soberanista para no quedarse fuera de la UE
meses a Bruselas aprobando medidas que limiten la libertad de movimiento de los trabajadores y la precedencia de las leyes europeas sobre las británicas. El proceso de desconexión durará presumiblemente años mientras se negocian los nuevos tratados comerciales (no sólo con la UE, sino con el resto del mundo), y mientras tanto la Cámara de los Comunes tendrá que aprobar centenares de leyes y normativas que sustituyan a las comunitarias. El país que desconoce su lugar en el mundo entra en tierra de nadie.
Nigel Farage, líder del UKIP, dijo que el 24 de junio será a partir de ahora “nuestro día de la independencia”, y Boris Johnson habló de una “nueva revolución gloriosa que abre las puertas a un futuro mejor”. Los mercados, ajenos a esa euforia, provocaron el mayor desplome de la libra esterlina frente al dólar en treinta años, y el Banco de Inglaterra tuvo que pedir calma.
El de ayer fue un día triste, no porque el Reino Unido carezca del derecho a desengancharse de la UE y –en el lenguaje euroescéptico en boga– a “recuperar la soberanía nacional”, sino por la manera en que lo ha hecho, con un discurso populista de los de casa frente a los de fuera y Gran Bretaña para los británicos. El seísmo se ha producido, y ahora falta contar las víctimas. Qué será de Europa, y si se produce un efecto dominó en Holanda, Dinamarca o Francia. Qué pasará en Escocia, y en Irlanda, y si habrá repercusiones para otros países con aspiraciones de independencia. Quién será el nuevo líder conservador, y el laborista. Pero lo que es dudoso es que la gente normal vaya a salir ganando.