La Vanguardia

Los traseros de Trump

- Joana Bonet

Justo ahora que la firma Mattel ha reactivado su negocio gracias a las llamadas muñecas “reales” –las que llevan gafas de leer y vaqueros y trabajan de programado­ra web pero también son presidenta­s y vicepresid­entas de una compañía (este punto no es muy real pero lo consideran pedagógico)–, uno de los máximos desertores de la realidad, Donald Trump, ese hombre que cree fieramente en las razas, en las clases y en las fronteras, ha empezado a dejarse acompañar por sus mujeres, talladas con la misma cintura y melena dorada que las Barbies originales.

Trump tiene una idea muy clara de la mujer, que no es otra que la etiquetada antiguamen­te como “reposo del guerrero”. Mujeres-sofá, mujeres-thermomix, mujeres-spa, que reciben a su hombre con generosida­d y gratitud, de forma que este se sienta cómodo, que las horas fluyan como el chorro de un jacuzzi clorado en una piscina de Hockney, que la cocina esté siempre fragante igual que sus melenas y sus narices, tan respingona­s como sus culos. Así de claro lo dejó cuando empezó su carrera de showman paralela a la de multimillo­nario: “Ya sabes, da igual lo que los medios escriban mientras tengas

Donald Trump no entiende a las mujeres con otra vocación que no sea la de objeto (bello)

junto a ti un trasero joven y bonito”. La exmodelo Melania Knauss, su actual mujer, es más políticame­nte correcta que su primera esposa, la exesquiado­ra olímpica Ivana Zelnícková, una de las musas de los ochenta que no entendía la vida sin oro ni mármol travertino. Así forraron la Trump Tower, aunque para Donald, “la belleza y la elegancia, ya sea en una mujer, un edificio o una obra de arte, sólo es algo superficia­l, algo lindo que ver”.

Donald Trump no entiende a las mujeres con otra vocación que no sea la de objeto (bello). Eso sí, tienen que dar biberones. En junio del 2011, una abogada que pleiteaba con él solicitó una pausa para poder dar el pecho a su bebé. Ante la escena, un Trump colorado profirió: “Eres repugnante”, y abandonó la sala. Dice de Hillary Clinton que si no supo satisfacer a su marido, cómo podrá contentar a un país; Betty Midler o Rosie O’Donnell le parecen “repulsivas”; Angelina Jolie no es sexy por haber salido con demasiados hombres y Cher está demasiado sola. Todo lo justifica, desde los abusos sexuales en el ejército, hasta que las mujeres coqueteen con él. La sociedad civil norteameri­cana, que tiene un gran sentido de la responsabi­lidad para controlar a sus líderes y los posibles abusos de poder, no puede dejar de pasar por alto este asunto.

Los postulados de Trump sobre la mujer pretenden hacernos retroceder un siglo, devolviénd­onos a su ancestral objetivo en la vida: hacer feliz al hombre. En cuanto a los homosexual­es, definió el fallo del Supremo para legalizar el matrimonio como una “conmoción” que quiere revocar. Pero el caso es que a Trump le ha salido una fanática con la que no contaba y que lo apoya con frenesí. Se llama Caitlyn Jenner y es la transexual más famosa del mundo.

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