Machismo impenitente
En pocas horas nos llegaron noticias estremecedoras de actos de violencia de género. Un vecino de 23 años residente en el Alt Urgell, con fría premeditación y criminal alevosía convenció a su exnovia para que subiera a su coche, pues deseaba despedirse de ella alegando que iba a trabajar a Andalucía. El frustrado asesino empotró su coche contra un todoterreno que –gracias a la pericia del conductor de este último, en el que viajaban dos personas– evitó el choque frontal y frustró las intenciones criminales del joven. También nos llegó la noticia de que la tortura sexual es un abuso rutinario en las cárceles mexicanas. Bastante más cerca, en Mallorca, un marido roció con gasolina el cuerpo de su mujer, la convirtió en una antorcha pero afortunadamente pudo escapar, con su hijo en brazos. Se dice que una imagen vale más que mil palabras y tengo en mis manos una foto de refugiados en busca de un futuro mejor. Se observa a siete hombres, una mujer y tres niños; la mujer va descalza y sostiene a dos de los tres niños; los hombres, abrigados y calzados debidamente; ninguno la ayuda.
Uno se pregunta si estos hombres, que obviamente desprecian a la mujer, serían capaces de integrarse en nuestra sociedad. La violencia de género, llegando al asesinato, que sucede a diario en nuestra sociedad, no es precisamente ejemplo de respeto hacia el llamado sexo débil, que me atrevería a calificar de debilitado. Si ciertos pensadores y filósofos de comienzos del siglo pasado, que proclamaban la necesidad de la incorporación de la mujer a una sociedad en rápido desarrollo, con iguales derechos que los del hombre, vieran cuál es la situación de ellas, actualmente, probablemente se rasgarían las vestiduras.
El salario femenino, en la mayoría de las actividades, es inferior al del hombre. El pluriempleo es una constante, el hombre desprecia las tareas domésticas y se inhibe muy frecuentemente del cuidado de los hijos. La ausencia de una mínima educación deja a la embarazadas de pie en el transporte público, mientras a fornidos varones cómodamente sentados ni se les ocurre tener la más elemental cortesía cediendo su asiento.
Quizás no se hayan apercibido de que apoyando a una persona dependiente, siempre aparece una mano femenina… y quizá algún día sujete la suya.