La Vanguardia

Una vida detrás del arte

- Jordi Amat

Jordi Amat destaca el papel de Josep Tarragona a la hora de salvar del abandono y restaurar las obras del monasterio de Sijena de las que ahora se quiere apropiar el Gobierno aragonés: “Hizo mucho trabajo de hormiguita. Si era necesario aprender restauraci­ón, no perdía el tiempo. Si se debía reproducir la normativa oficial en el boletín del obispado, insistía para evitar que los rectores vendieran objetos sin consultarl­o. Si sabía de una buena pieza en peligro, negociaba con el pueblo y la adquiría”.

Amediodía, mientras redacto la columna, 44 piezas del monasterio de Sijena aún siguen en el Museu Diocesà de Lleida. Ya veremos qué habrá pasado al llegar al fin del día. Porque ayer, lunes, se agotaba el plazo marcado por una juez oscense para trasladar las piezas a Aragón (acompañada­s de 53 más que están en el depósito del MNAC). Antes, el viernes, la vicepresid­enta (en funciones) del Gobierno dejó bien claro que esperaba que la devolución se hiciera en los mejores términos posibles y, como un disco rayado, repitió que la posición del Gobierno es y ha sido defender que las resolucion­es judiciales obligan y que hay que cumplirlas.

Para evitar este traslado, en Lleida, la movilizaci­ón ha sido considerab­le durante las últimas semanas. Hace pocos días se organizó un acto de defensa frente a la fachada del Museu. Leo en la prensa local que Josep Tarragona estaba allí. Es un homenot notable a quien Josep Varela –preservado­r de tantas vidas de su tierra– acaba de dedicar una biografía que ayuda a comprender muchas cosas. Cosas olvidadas sobre una ciudad mortecina, sobre un tiempo de incuria al que estamos ligados y sobre cómo nos ha llegado el arte conservado en tantas iglesias y que, de chiripa, no ha sido quemado o saqueado.

Hace medio siglo mosén Tarragona, que ha superado los 90, fue nombrado delegado del patrimonio del obispado de Lleida. Hizo mucho trabajo de hormiguita. Si era necesario aprender restauraci­ón, no perdía el tiempo. Si se debía reproducir la normativa oficial en el boletín del obispado, insistía para evitar que los rectores vendieran objetos sin consultarl­o. Si sabía de una buena pieza en peligro, negociaba con el pueblo y la adquiría a cambio de obras de mejora en la iglesia (así se pudo salvar el Cristo románico de Perves, una escultura de madera conmovedor­a bien conservada en Lleida). Le ha dedicado su vida. Con un coche de mudanzas fue a Sijena y, con el visto bueno de las monjas que debían marcharse (porque ya no se podía vivir en el monasterio), él se responsabi­lizó del traslado.

Ha sido un hombre justo. Las ha pasado canutas. Ha tenido paciencia. Defiende ahora que las piezas sigan donde están.

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