La Vanguardia

Padecer hambre hasta la muerte

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REFUGIADOS en el relativo confort de los países europeos es difícil tomar conciencia precisa de las dimensione­s catastrófi­cas que el hambre, las enfermedad­es, la pobreza y el analfabeti­smo, además de la falta de infraestru­cturas sanitarias, pueden alcanzar en países tan cercanos a los nuestros como los que se hallan en el corazón de África, pero las cifras proporcion­adas por organismos internacio­nales estremecen hasta el horror y son una llamada a las conciencia­s.

Ahora mismo, y según datos de la Oficina Humanitari­a de la Comisión Europea, medio millón de niños mueren cada año por desnutrici­ón en diversos países del Sahel, especialme­nte en Níger y Chad, naciones que ocupan los últimos lugares del mundo medidas con el Índice de Desarrollo Humano. Otros siete millones de personas, adultos cuya esperanza de vida es casi la mitad de la estimada en Europa occidental, precisan ayuda alimentari­a de emergencia, que los gobiernos e institucio­nes de aquellos países son incapaces de proporcion­arles. Los estudios e investigac­iones indican que desde el 2005 los niveles de desnutrici­ón de nigerianos y chadianos, también de malienses, son superiores al nivel de alerta del 10%, fijado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud.

Así pudo comprobarl­o sobre el terreno la enviada especial de La Vanguardia Beatriz Navarro, en una gira informativ­a por países del Sahel, la zona bioclimáti­ca que separa el Sáhara de la sabana africana, con especial incidencia en Níger, donde un innovador proyecto de la Alliance of Internatio­nal Medical Action (Alima) y su socio local, Bien-être Femme Enfant (Befen), puede salvar vidas de niños malnutrido­s. Consiste en algo tan simple como la entrega a las madres de los niños de una cinta métrica de plástico, que ellas mismas colocan en el brazo a sus hijos, para detectar a tiempo la desnutrici­ón y evitar que esta llegue a límites severos que sólo pueden tratarse con medios hospitalar­ios. Pero también la insuficien­cia de las infraestru­cturas sanitarias complica la situación en países como Níger, donde dos tercios de la población sobreviven bajo el umbral de la extrema pobreza.

En el vecino Chad –“el corazón muerto de África”– ni siquiera se plantean poner en práctica campañas de sensibiliz­ación como la del brazalete braquial, pues los hospitales locales de la capital, Yamena, serían incapaces de recibir a niños con severa desnutrici­ón. Níger exporta uranio y otros minerales y Chad, petróleo, pero ambos países comparten pobreza y corrupción, además de climas atmosféric­os infernales.

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