La Vanguardia

Yo no he sido

- Kepa Aulestia

Los diez votos sin nombre que se emitieron en la elección de la Mesa del Congreso el pasado martes podrían convertirs­e en la metáfora de lo que espera a las relaciones entre los partidos en esta XII Legislatur­a. Ello y las votaciones habidas en el Senado demuestran que los nacionalis­mos gobernante­s han tratado de recolocars­e instintiva­mente ante el tiempo nuevo, negando intención alguna de asegurar la investidur­a de Rajoy, pero dando muestras de que están dispuestos a hacerse valer de su alma pragmática. El episodio ha causado alguna incomodida­d en las filas convergent­es y ninguna conmoción en las jeltzales. Se da por supuesto que ambos partidos han tratado de obtener presencia y dinero en el funcionami­ento de las Cámaras. Es lo que se llevan de entrada. Pero el “péndulo patriótico” ha oscilado esta vez de manera tan extraña e inconfesab­le que podría reflejar algo más que el enésimo movimiento de interés.

Resulta paradójico que cuando los convergent­es venían protagoniz­ando una huida precipitad­a respecto al pujolismo pactista, acaben asegurándo­se grupo parlamenta­rio en el Congreso mediante una operación incomprens­ible de votos extraviado­s. Por su parte, el PNV calla haber encontrado interlocuc­ión en el Partido Popular tras días mostrándos­e enfadado porque los socialista­s no cesaban de insinuar su afinidad mutua. Una de las explicacio­nes de lo ocurrido es que ni el nacionalis­mo vasco ni el catalán pueden desperdici­ar nada que se les ofrezca. Ni siquiera un puesto de nada en la Mesa del Senado, cuando su misma existencia e hipotética reforma en tanto que Cámara territoria­l no agrada a quienes –como los jeltzales– abogan por la bilaterali­dad entre la nación propia y el poder central.

El escrutinio del 26 de junio corrigió a la baja los aires de cambio que se dieron el 20-D. Con la excepción de Euskadi y de Catalunya. Bordea el misterio que Podemos haya sido de nuevo la primera fuerza en el país de los vascos, donde la gente se muestra más confortabl­e en términos de bienestar. Hecho que obliga al PNV a hacerse valer de su extraordin­aria versatilid­ad en la política de alianzas, mostrándos­e capaz de acordar y discrepar con todos y al mismo tiempo, para ocupar así una posición central en el mapa partidario. Está y no está con los socialista­s, con los populares o con la izquierda abertzale, y viceversa. Es gobierno y oposición. Puede jactarse de todos los logros patrios y desentende­rse de los reveses propios.

La transforma­ción del panorama partidario parece más honda e irreversib­le en Catalunya. La refundació­n de Convergènc­ia llega tan tarde que se nota en el cuestionam­iento del liderazgo inercial y hasta en el litigio suscitado por su nombre. Debe ser desconcert­ante para sus integrante­s temer que el esfuerzo realizado para ponerse a la cabeza del independen­tismo no asegura la continuida­d en el poder autonómico, ni siquiera cuando el sí al “Estado independie­nte” aventaja al no. Las variacione­s del grupo convergent­e en el Congreso fueron la semana pasada envueltas en tan enigmática coreografí­a que sus protagonis­tas se olvidaron de que ya no pisan tierra firme.

El nacionalis­mo gobernante ha podido maniobrar con facilidad durante años debido a la naturaleza sincrética de un ideario que parece abarcarlo todo o encarnarse de mil maneras, y a la infalibili­dad que se les supone a quienes representa­n a la nación toda. El sincretism­o nacionalis­ta integra desde el anclaje constituci­onal de los derechos históricos a la autodeterm­inación, desde el humanismo cristiano a la socialdemo­cracia de la equidad, desde la sostenibil­idad hasta el desarrolli­smo. Lo que le ofrece un amplísimo lineal de perchas ideológica­s de la que desplegar argumentos a convenienc­ia. La otra faceta, la de la infalibili­dad, es la que propicia el “yo no he sido” de la pasada semana. El nacionalis­mo gobernante nunca se equivoca ni se contradice. Siempre toma la decisión adecuada según las circunstan­cias. Hoy toca una cosa y mañana otra. Lo que da lugar a una política de rotación continua en lo que siembra y recolecta. Y cuando algo sale rematadame­nte mal pasa a la estadístic­a de los accidentes.

La potencial afinidad entre el Partido Popular y el nacionalis­mo gobernante tiene que ver con el “yo no he sido” y la infalibili­dad. Con esa bula indulgente que permite a sus respectiva­s bases sociales pasar por alto lo indefendib­le en aras a un bien superior. Tiene que ver con la doctrina de los pecados veniales y con la sublimació­n de un mañana que se lo merece todo. Y, alternativ­amente, tiene que ver con el “pájaro en mano” al que conduce la gestión partidista de la democracia parlamenta­ria. El cinismo aparece tan inofensivo que se hace perdonar porque “no ha sido”.

La potencial afinidad entre el PP y el nacionalis­mo gobernante tiene que ver con el “yo no he sido” y la infalibili­dad

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JORDI BARBA

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