Maillol y la Arcadia catalana
El museo de Ceret dedica una retrospectiva al escultor y su interés por la naturaleza
El escultor Aristides Maillol decía que entregarse a la naturaleza y hacer al mismo tiempo lo que a uno le plazca era tentar al demonio. Y es lo que hizo toda su vida. Nacido en 1861 en Banyuls, se fue a París a los veinte años pero regresaba cada invierno a su tierra natal que consideraba su Arcadia, la mítica región de Grecia convertida en sinónimo de tierra del placer.
Esa fascinación por su entorno de Banyuls, por las sardanas, la tramontana, los viñedos, por sus amigos del Rossellón, se puede reseguir en el libro Conversations de
Maillol, de su amigo y discípulo Enric Frère, publicado en 1956 y ahora reeditado. Pero toda su obra está impregnada por ese apego a la tierra, a la simplicidad de materiales y formas, a la perfección de los cuerpos y las montañas. Y a esa realidad se acerca el museo de Arte Moderno de Ceret con una importante retrospectiva. Maillol, Frère y Pons.
Una Arcadia catalana es el título de la muestra que permanecerá abierta hasta el 30 de octubre en la capital del Vallespir, con 215 obras entre pinturas, esculturas, fotografías y poemas. La exposición está dedicada a Aristide Maillol (1861-1944) pero también recoge la obra de su discípulo Enric Frère (1908-1986) y la del poeta y amigo Josep Sebastià Pons (1886-1962)
Nathalie Gallissot, directora del museo de Ceret y comisaria de la muestra, junto con Antoinette Le Normand-Romain, considera que el gran mérito de Maillol es que siendo un heredero de la tradición clásica introduce en su obra elementos de modernidad. Su prestigio empezó pronto, y su gran éxito fue Mediterráneo, una escultura encargo de su mecenas el conde Harry Kessler, expuesta en el salón de otoño de París, de 1905. André Gide dijo entonces acerca de esta obra: “No significa nada, pero es bella; es una obra silenciosa. Creo que hay que remontarse muy atrás para encontrar una tan completa negligencia de toda preocupación extraña a la simple manifestación de la belleza”. De esa obra se presenta en Ceret una reproducción en mármol realizada entre 1923 y 1929, que actualmente forma parte de la colección del museo de Orsay, de París.
Un comentario similar podría aplicarse a La Montaña (1937), una impresionante pieza en plomo que habitualmente puede verse en el Jardin des Tuileries, de París, donde hay el mayor museo al aire libre de su obra. El desplazamiento de esta pieza, que pesa más de 900 kilos, puede seguirse al detalle, como si se tratase de una performance, en una película que puede verse en el auditorio del museo. Paralelamente también se proyecta un documental del realizador y fotógrafo Claude Mossessian que explica la relación de los tres artistas citados y el territorio, incluyendo fragmentos de la única película que existe sobre Maillol.
Como grandes piezas destacan también Pomona (1937), en mármol, blanco; Las ninfas del prado (1930-37), en bronce, y El dolor (1921), en bronce, procedentes de museos parisinos. Esta última es una réplica del monumento en piedra a los muertos de la primera guerra mundial que se halla en la plaza de la Libertad de Ceret. Maillol realizó también entre 1919 y 1923 otros monumentos a los muertos en Port Vendres, Elna y Banyuls.
También se muestra la que se considera su última obra inacabada, Armonía, en yeso, sin los brazos, que forma parte de la colección privada de la galería Dina Vierny, que lleva el nombre de quien fue su última musa. Se conocieron en 1934, cuando ella tenía 15 años y él había cumplido los 73. A diferencia de otras modelos, Dina Vierny era una chica culta e interesada en su obra, que no se limitaba a posar para él durante horas. Ella le acompañó durante los últimos años, se trasladó a vivir a Banyuls y durante la ocupación alemana se dedicó a pasar refugiados a España por los Pirineos. Eso le valió la cárcel y Maillol tuvo que recurrir a su amigo el escultor Arno Breker, simpatizante del nazismo, para lograr su liberación. Maillol murió en 1944, como consecuencia de un accidente de circulación, cuando Dina Vierny estaba en París celebrando la liberación. Declarada heredera de sus bienes, años más tarde logró que se abriese un museo Maillol en París (que cerró el febrero del 2015 pero reabrirá transformado el próximo 12 de septiembre) y otro en su taller de Banyuls (que este verano expone dibujos del artista, sobre desnudos femeninos del periodo 1930-40).
La exposición de Ceret permite conocer los dibujos y estudios previos que hacía Maillol de sus obras, pero también paisajes de tonalidades impresionistas, interesantes retratos al óleo como Dina con ropa roja (1940) o unos tapices bordados, de 1898, con lana pintada con pigmentos naturales que él mismo había recogido en la montaña (tuvo como colaboradora a Clotilde Narcís, que se convertiría en su mujer).
Enric Frère, nacido en Saint-Genis-des-Fontaines, era un joven artista y profesor en Perpiñán que conoció a Maillol en 1928. Supo apreciar sus consejos, especialmente en el campo escultórico y ahora su obra se presenta por primera vez en todas sus formas de expresión (escultura, dibujo, pastel y plintografías –originales grabados sobre ladrillo, inventados y así nombrados por él). Otra novedad son unas fotografías inéditas en las que se puede ver a Maillol trabajando en sus esculturas.
El tercer artista invitado es Josep-Sebastià Pons, poeta nacido en Ille-sur-Têt, amigo y admirador de Maillol, de quien se exponen sus poemas y algunas acuarelas. Su hija se casó con Frère. Su obra poética es una oda a la tierra catalana y en 1950 publicó un libro de recuerdos, Concert d’été, ilustrado con grabados sobre madera de Maillol.
La exposición llega acompañada de un completo catálogo con textos de Nathalie Gallissot, Antoinette Le Normand-Romain, Olivier Lor-
quin (hijo de Vierny), Àlex Susanna (que estudia la relación con otros artistas catalanes), y Sébastien Frère. Y se ha reeditado, Conversations de Maillol, (Somogy, ed. d’Art) donde Frère anota sus excursiones con Maillot por toda la geografía de la Catalunya Nord. Nos explica como se extasiaba frente a la iglesia románica de Serrabona (“de países bellos como este, no hay muchos. Grecia no es ni la mitad de bonito. Y la conozco bien, los paisajes son inmensos, no es tan íntimo”). Nos lo describe en Fillols (Conflent), escuchando embelesado las sardanas de la copla Combo-Gili, o explicando un remedio para las heridas y quemaduras a base de flor de lis y hierbas de San Juan, maceradas en aceite y expuestas 40 días a “sol y serena”.
Maillol era un tipo adusto, como su propia figura refleja, que vivía como un eremita, trabajando todo el día, capaz de mantenerse con una sopa de tallos de hinojo, que él mismo recogía de la montaña, a la que añadía un poco de aceite de oliva, y acompañaba con un mendrugo de pan. Estando ya en la cama y a punto de morir, sin apenas habla, anotó en catalán a su enfermera: “Caldrie posar una mica de vi per me donar més forces per dinar”.
Tenía un alto grado de exigencia en el trabajo y un amor franciscano a la naturaleza. Y todo ello acompañado por una gran cultura.
Frère explica los comentarios que le hace sobre Platón, Balzac, Musset o Rilke, y sus ganas de saber latín para entender mejor a Virgilio. Ambos comentan los poemas de Antonio Machado (Frère acudió en ayuda de Machado cuando en febrero del 39 supo que se encontraba en Colliure; llegó cuando ya había fallecido, veló el cadáver y luego le dedicó un grabado). Maillol disfrutaba de la música de Mozart o Bach, pero también apreciaba como su amigo Déodat de Séverac tocaba El cant dels ocells al órgano. Admiraba a Cézanne, Gauguin, Matisse, Courbet, conocía bien a los grandes como Van Gogh, Leonardo, Miguel Ángel, y también a dos catalanes: Josep de Togores, al que ayudó cuando se refugió en Francia, y Joaquim Sunyer. De Picasso recordaba que lo vino a visitar a París con apenas 20 años y que seguramente para caerle bien le cantó una canción en catalán, pero años más tarde cuando el malagueño ya era famoso volvieron a encontrarse y apenas lo saludó.