El bello Platonov de Perceval
Platonov
Autor: Anton Chéjov Versión y dirección: Luk Perceval Lugar y fecha: Teatre Lliure (M) (22/VII/2016)
Desde el momento en que se divulgó el programa del Grec de este año, se sabía que uno de los platos más exquisitos del festival de verano sería el Platonov producido por el NTGent, uno de los teatros más prestigiosos de Bélgica. Sin embargo, su presentación en Barcelona el viernes 22 dejó muchos huecos en la sala Fabià Puigserver del Lliure. Además, asociado al teatro principal de la ciudad de Gante, Platonov ofrecía la posibilidad de conocer una creación de Luk Perceval, director nacido en 1951 en Flandes e instalado en una madurez a menudo provocadora, como es el caso de este Chéjov de juventud.
Cuatro horas aproximadamente tendría que durar la representación completa de Platonov tal como la escribió Anton Chéjov (1860-1904) cuando tenía dieciocho años. Lo más habitual es, pues, que haya una adaptación razonable, que en el caso de Luk Perceval es de una austeridad radical. La veintena de personajes que tiene el original, sin contar criados e invitados a la fiesta anual que organiza Anna Petrovna, figura principal como el joven Misha Platonov, los reduce a nueve, más el músico Jens Thomas, pianista y cantante excepcional.
La nota dominante de la parada de intérpretes que propone Perceval es la inmovilidad. Un recurso que ha menudeado en el nuevo teatro alemán, y que el director flamenco seguro que conoce, lo encontramos aplicado a Platonov de manera contundente. Los inmóviles asilados que Marthaler reunió hace más de veinte años en la apertura inolvidable de Murx (Mercat de les Flors) exhibían una condición estatuaria brevísima comparada con la de los intérpretes del joven Chéjov. Encontramos aquí un grupo de estatuas que en los primeros cuarenta minutos del espectáculo sólo se permite soliloquios muy cortos y el tiempo que resta, leves movimientos, para retornar casi siempre al emplazamiento primero. Sólo la joven Marga –espléndida Zoë Thielemans– se aleja del grupo de testigos hieráticos y de la fuerza seductora de Platonov, la historia agitada del cual sólo nos será dada demasiado parcialmente. Lástima.
Luk Perceval ha jugado a fondo con las cualidades interpretativas del grupo y ha conseguido en este sentido resultados muy brillantes. En una versión sin diálogos propiamente dichos, Chéjov queda cada vez más lejos mientras se prepara la secuencia estelar del espectáculo: un Platonov que se desvela y que se tiene que despedir de las mujeres que ha amado en medio de grandes turbulencias.
A Bert Luppes le sobran años para ser un Platonov verosímil, pero es un actor fenomenal mientras se acerca una y otra vez a Sasha, a Anna Petrovna, a Sophie –que en el original lo mata de un tiro de revólver– mientras las recuerda de una manera muy primaria. Las huele, alguna vez las besa, para quedar, antes de morir, en la nebulosa evocación de una conducta voraginosa pero vivida con la satisfacción total de los deseos.