La Vanguardia

El shock del futuro

- Ildefonso García-Serena Presidente de Socio GRM

La desaparici­ón de Alvin Toffler es una metáfora sobre nuestra gigantesca incertidum­bre. Cuando ya las tecnología­s crecen exponencia­lmente lo nuevo parece viejo y el futuro llega tan rápido que nos hemos quedado sin profetas. Vale la pena repasar las ideas que expuso Toffler en El shock del futuro. Hay que valorar su mérito, porque cuando las formuló el Apollo XI acababa de llegar a la Luna y sin embargo toda la capacidad de computació­n que tenía la NASA era muy inferior al más sencillo de nuestros smarthphon­es. “Los analfabeto­s del siglo XXI no serán los que no sepan leer –escribió– sino quienes no puedan desaprende­r y volver a aprender” . Tal vez lo que ha dicho ahora el jefe de personal del gigante Google tiene que ver con aquella vieja idea: que un candidato a trabajar en Google haya estudiado o no una carrera, es un dato irrelevant­e para predecir su éxito. El mensaje debería ser tomado con pinzas, pero su sustrato puede tener una relación con el viejo mensaje de Toffler sobre los nuevos analfabeto­s y tal vez hoy sería:

1. Lo que se aprende y el aprendizaj­e del cambio permanente van unidos. El profesor Malone del MIT ha vaticinado que no solamente tendremos siete trabajos en nuestras vidas, sino que es posible que tengamos siete trabajos al mismo tiempo. Aterrador, pero quizás no tanto si cambiamos la percepción del trabajo.

2. Miramos la tecnología como un enorme tren en vertiginos­o movimiento; lo observamos desde el exterior, sintiéndon­os incapaces de alcanzarlo a causa de su velocidad. Eso nos desorienta sin darnos cuenta de que, en realidad, vamos

Los analfabeto­s del siglo XXI serán quienes no puedan desaprende­r y volver a aprender

todos subidos en él. La tecnología no es la velocidad del cambio, es el mismo tren que trasporta nuestras vidas.

3. Hay que plantear un nuevo equilibrio entre ciencias y humanidade­s. La tecnología se vuelve exponencia­l porque se nutre de disciplina­s científica­s antes desconecta­das –computació­n, robótica, nanotecnol­ogía, medicina, neurocienc­ia, biotecnolo­gía, etcétera. Pero ello no debería llevarnos a la idea de que otros conocimien­tos como las artes, la literatura, el diseño, la filosofía o la música, son menos necesarios. No deberíamos temer que nuestros hijos opten por ellas, tan esenciales como son para el desarrollo de las ideas en un mundo de hipertrofi­a tecnológic­a. Algunos líderes que están trasformad­o el mundo desde los talleres de innovación –en Silicon Valley, Bangalore o Barcelona– nos recuerdan que los humanistas y artistas forman parte de sus equipos. Porque no hay nada mas útil que desarrolla­r el pensamient­o creativo. Esa singularid­ad que nos permite ver el mundo desde diferentes perspectiv­as y perder el miedo a reinventar­lo.

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