El terror entre Oriente y Occidente
El yihadismo sabe cómo explotar nuestros miedos, pero es el mundo árabe el que más sufre
Ortega y Gasset escribe en La rebelión de las masas que el proceso de la unidad de Europa podría ser fomentado por “una sacudida del gran magma islámico”. Pero la solidaridad provocada por el pavor a los atentados terroristas no es tan coherente ni de tan largo alcance como suponemos. Estamos inmersos en un mundo de emociones que si bien arrastran a la opinión pública también en poco tiempo se desvanecen. La condición humana no puede dejar de ser, radicalmente, individualista.
La guerra que nos han impuesto los bárbaros del islam llega en los peores años de nuestra decadencia, denunciada desde 1920 por filósofos como Oswald Spengler u Ortega y Gasset. Las culturas, según Spengler, atraviesan la juventud y la madurez para caer inexorablemente en la decrepitud. El “crepúsculo de las ideologías” fue un tema muy tratado a partir de la década de los sesenta en España. Con el horrible hundimiento de nuestro sistema económico, de nuestro maltrecho sistema de valores ideológicos, sociales y religiosos se agotan las ilusiones de un humanismo calificado de occidental.
Michel Houellebecq, en su novela Sumisión, se anticipa a una realidad histórica que continúa a lo largo de estos meses en Francia, en Europa, como ha ocurrido también en estos tiempos inciertos con otras obras de valor literario sobre países como Siria o Líbano. Houellebecq expone las raíces de esta peste invasora. Se percata de que es “probablemente imposible para gente que ha vivido con prosperidad en un sistema social determinado imaginar el punto de vista de los que no habiendo tenido nunca nada que esperar de este sistema, contemplen sus destrucción sin ningún miedo especial.” El escritor es sincero al denunciar la debilidad, la falta de adhesión a un mundo, a unos valores como la república, la revolución francesa y la patria, que es “el mundo del humanismo ateo, laico sobre el que descansa la idea de la convivencia en trance de desaparecer”.
“El sistema político al que estamos habituados –piensa el personaje principal de su novela, un profesor de la Sorbona, con un cierto reconocimiento profesional pero con una vida emocional vacía, sin creencias que valga la pena defender– puede estallar en cualquier momento.” La novela nos describe como los extremistas musulmanes, con el dinero de Arabia Saudí y de Qatar, islamizan la universidad de la Sorbona y acaparan el Ministerio de Enseñanza, porque “quien controla a los niños controla el futuro”. Y señalan cómo sus principales enemigos al secularismo, al laicismo y al materialismo ateo, pero no a los cristianos. Europa será “regenerada por las poblaciones de inmigrantes musulmanes”.
El libro es un alegato contra nuestro egoísmo, contra la breve ilusión de la existencia individual, contra nuestra tentación contemporizadora. Son evidentemente los pueblos árabes las primeras víctimas de este fascismo islámico. Pero nosotros estamos cada vez más expuestos a sus pérfidas maquinaciones. Sus reyezuelos y verdugos conocen muy bien la manera de explotar nuestras debilidades.
En el reciente libro de Adonis, el gran poeta de origen sirio, exilado en París desde hace décadas, Islam y violencia, se hurga con extraordinaria valentía en las extrañas de este islam que desde el principio ha adoptado la violencia de guerras y exterminios como su camino histórico. El islam que postulan los fundamentalistas es una religión sin cultura, su creencia está íntimamente ligada con el miedo. Los ejemplos de suplicio están presentes en todo el Corán; hay que islamizar la humanidad; en el islam la mujer es simplemente un sexo. El islam ha matado a la mujer…
Adonis tiene la esperanza de que el Estado Islámico (EI) será el último coletazo de este islam tenebroso, como una vela que en sus últimos instantes se reaviva antes de extinguirse, pero también está percatado de que la agonía de este mundo árabe será muy larga y que la yihad o guerra santa libera los instintos. Explica por qué los yihadistas sienten este profundo desprecio por la vida. El yihadista encuentra placer absoluto en el paraíso con su cortejo de huríes. Esta visión islámica ha transformado el sexo en instrumento de seducción. El musulmán que muere por el islam se ausenta de la tierra para permanecer en el paraíso cerca de Dios, y en el paraíso multiplica sus posibilidades de placer.
En el campo de batalla en Siria e Iraq, los hombres del EI han perdido (según estimaciones estadounidenses) entre el 30 y el 40% de sus territorios, y parte de sus ingresos por la exportación del petróleo usurpado. La conquista de Faluya fue su gran derrota, pero muchas de las zonas que tenían ocupadas son desérticas, esteparias, de escasa población. En Siria, el Gobierno de Da- masco tiene autoridad sobre cerca del 70% de sus habitantes. Si consigue conquistar los barrios rebeldes de Alepo, la geopolítica siria con el EI, el Frente Al Nusra, que se ha desvinculado de Al Qaeda, los kurdos y los grupos insurrectos amparados por EE.UU., será mas complicada.
En caso de que, con ayuda norteamericana, el ejército iraquí pudiese el año próximo recuperar Mosul, símbolo territorial del califato, en el que han basado su poder, éste desaparecerá . Pero su amenaza sobre Iraq y Siria continuará con su implacable guerra del terror. Su acción subversiva en el mundo –es posible que no organicen directamente los atentados, pero los inspiran con la propaganda del califato digital– no acabará. Puede que haya terroristas que no dependan del EI pero que mueran por él o que el EI reivindique sus crímenes.
En el mundo árabe musulmán suní no se adivina quién es capaz de desarmar esta tan arraigada voluntad de matar y destruir en nombre de Alá.
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