La generación Potter
NOS alegra que el regreso de Harry Potter vuelva a convocar a miles de incondicionales del mago frente a las librerías. Es una buena noticia porque, a estas alturas, ya nadie niega que la serie de J.K. Rowling haya servido para que una generación global de jóvenes se atreva a disfrutar de la literatura sin amedrentarse por el número de páginas pendientes. Por otra parte, con permiso de Amazon, la saga volverá a insuflar vida a los libreros. Y, por añadidura, extenderá aún más su misterio por cines y teatros; ahora, con el estreno en Londres de una obra donde el maduro Potter y sus hijos dirimen conflictos derivados del sentido freudiano de culpabilidad. ¿Hasta dónde va a explotar la autora el filón? Un paseo por su flamante enciclopedia on line, Pottermore, revela un sinfín de cabos sueltos que darán pie a tantas nuevas tramas como Rowling tenga a bien desarrollar.
Pero lo más relevante de esta renovada pottermania es ver hasta qué punto estamos ante un fenómeno excepcional de manifestación del sentido de pertenencia al grupo. En una época de descrédito de la política y de falta de articulación de las corrientes subterráneas de cambio, buena parte de la generación Potter se reconoce aún en la rebeldía del joven mago y su banda. No en vano, en la ficción ellos lograban vencer a las fuerzas del lado oscuro sin tener que pedir ayuda a los padres. Ni la música ni el fútbol compiten hoy con Harry Potter en la configuración de ese sentido juvenil de pertenencia. La oferta musical se ha atomizado hasta el infinito, y los precios de las entradas del fútbol y los horarios de los partidos han echado a los chavales de los estadios.
Por todo ello, hace unos meses, niños de todo el mundo lloraron la muerte del actor Alan Rickman, su profesor Severus Snape, como sólo se llora el adiós de los referentes generacionales. Porque siempre les quedará su mundo mágico, aunque se tiña de nostalgia.