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El recorte de libertades y las purgas llevadas a cabo por el presidente turco Erdogan tras el fracasado golpe de Estado, y la convocator­ia de elecciones autonómica­s en el País Vasco el 25 de septiembre.

EL lehendakar­i Iñigo Urkullu ha convocado las elecciones vascas para el próximo 25 de septiembre, un mes antes de lo que estaba previsto, con el fin de alejar los comicios autonómico­s de unas posibles terceras elecciones en el Estado si fracasa la investidur­a de Mariano Rajoy. Los partidos nacionalis­tas huyen siempre de una coincidenc­ia electoral con las generales porque les perjudica. Además, el PNV pretende recuperar en las autonómica­s el primer puesto en Euskadi perdido en las legislativ­as españolas y seguir en la posición centrada que ocupa desde el fin del terrorismo etarra y cuyos réditos políticos a la vista están.

El País Vasco es hoy un oasis en el escenario político español, en el que los partidos dialogan, pactan y aprueban leyes –hasta 34 en el último mandato–, con una única incertidum­bre de peso en el horizonte: el cupo, cuando la Unión Europea establezca la prevista armonizaci­ón fiscal. Aunque Rajoy ofreció en su día apoyo a la singularid­ad vasca y navarra ante ese futuro incierto, nadie puede garantizar al cien por cien la continuida­d del concierto económico, piedra central del desarrollo de la comunidad. De ahí la posición moderada del nacionalis­mo vasco si se compara, por ejemplo, con los acontecimi­entos políticos en Catalunya por el proceso hacia la independen­cia. Una comparació­n que, en todo caso, no es procedente, tanto por el peso de ambas comunidade­s en el PIB español, como por la presencia constituci­onal de unos derechos históricos en forma de privilegio fiscal.

El objetivo de Urkullu es un nuevo mandato, para el que más que previsible­mente no tendrá la mayoría como hasta ahora, pero que, desde su posición centrada, le permitirá obtener apoyos para avanzar en la aprobación de un nuevo Estatuto que blinde aún más el concierto, y alcanzar nuevas competenci­as con las que reforzar el futuro del país a cambio de seguir en la senda moderada, por lo que respecta tanto a las ansias soberanist­as como a la gestión de la herencia del pasado terrorista. Una gestión realizada con gran inteligenc­ia política, a juzgar por la pérdida de apoyos a los radicales de Bildu.

Si se echa la vista unos años atrás, cuando la convocator­ia de unas elecciones en Euskadi iba acompañado de un dramático toque a rebato en la política española, se puede concluir que esa falta de trompeterí­a es un signo de normalizac­ión que beneficia, sin duda, al partido hegemónico. De ahí que el objetivo prioritari­o de Urkullu sea el de preservar ese clima que, según los sondeos, conseguirá el próximo 25 de septiembre.

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