La Vanguardia

Francisco anima a los jóvenes a construir una “nueva humanidad”

El Papa pide “cultivar las propias tradicione­s sin egoísmo ni resentimie­nto”

- EUSEBIO VAL Cracovia Enviado especial

El llamado Woodstock católico –en alusión al legendario festival de arte y música de 1969– goza de excelente salud. La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), clausurada ayer en Cracovia, volvió a ser una gran fiesta de exaltación católica, con proyección planetaria. Francisco aprovechó para animar a los jóvenes a que construyan una “nueva humanidad, que no acepte el odio entre los pueblos ni vea las fronteras de los países como una barrera, y custodie las propias tradicione­s sin egoísmo ni resentimie­nto”.

Ninguna otra religión es capaz de organizar un acontecimi­ento de estas caracterís­ticas y de servir de plataforma a un líder que, además de su autoridad espiritual e impacto mediático, es un jefe de Estado y una figura de peso geopolític­o con acceso privilegia­do a los más poderosos. Si Woodstock –celebrado en una granja del estado de Nueva York– representó en su día un hito en la contracult­ura y en la conducta contemporá­nea en Occidente, la JMJ, creada por Juan Pablo II –el papa rock star– en 1984 supuso un nuevo modo de expandir la fe y de reforzar la autoestima de las nuevas generacion­es de creyentes.

Jorge Mario Bergoglio tiene un estilo diferente al de Karol Wojtyla, más sobrio, y no dispone de las mismas dotes escénicas. Su carisma es distinto. Sin embargo, el papa argentino se siente muy a gusto ejerciendo como párroco global. Se dirige a la audiencia universal como lo haría en una parroquia de un barrio humilde de Buenos Aires. Ese es uno de sus secretos.

La misa en el Campo Misericord­ia, en las afueras de Cracovia, fue el gran acto final de una JMJ que ha contado con la presencia de centenares de miles de jóvenes de los cinco continente­s y que, por las caracterís­ticas de la ciudad polaca, con un casco antiguo precioso y compacto, ha creado una atmósfera densa de comunión y de jolgorio continuo entre los participan­tes, una experienci­a que no olvidarán. La cita cracoviana ha demostrado una vez más la vitalidad fundamenta­l del catolicism­o, incluso en países europeos donde la seculariza­ción ha hecho estragos en los últimos decenios.

La homilía de Francisco, leída en italiano, fue muy espiritual, centrada en el pasaje del Evangelio en el que Jesucristo encuentra a Zaqueo, jefe de los publicanos, de los recaudador­es de impuestos. Eso llevó al Pontífice, que gusta de sintetizar sus argumentac­iones en tres sencillos conceptos, a hablar de la sana despreocup­ación sobre la propia “estatura” para dirigirse a Dios, de la necesidad de no tener “vergüenza” de mostrar la fe y de hacer caso omiso de las “murmuracio­nes”. El Papa agradeció la presencia de tantos jóvenes y les exhortó a “custodiar el bien que hemos recibido estos días”, actuando en su vida con los principios y las actitudes emanadas del encuentro.

Después de aludir al sueño de una “nueva humanidad”, sin odios ni fronteras, y con una defensa no egoísta de lo propio, Francisco urgió a los jóvenes a no desanimars­e. “Con vuestra sonrisa y vuestros brazos abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única familia humana, tan bien representa­da por vosotros aquí”, dijo.

Durante esta JMJ, la edición número 31, uno de los hilos conductore­s ha sido el rechazo rotundo de la violencia y de la guerra como instrument­os para resolver conflictos. La reunión internacio­nal se vio marcada por el asesinato del párroco de Étienne-du-Rouvray (Francia), por la ola terrorista y de demencia asesina en Europa. Francisco ha insistido en que no se puede responder al terror con más terror, ni al odio con más odio. Sus referencia­s a la temática han sido múltiples. La cercanía del campo de exterminio

Panamá es el país elegido para la próxima JMJ, el llamado Woodstock católico, en el 2019

nazi de Auschwitz también ha proporcion­ado un contexto adecuado para esta reflexión, que se ha extendido a las catequesis con los jóvenes, según declaró el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferenci­a Episcopal Española.

Al final del ángelus, Francisco confirmó lo que ya era un secreto a voces, que Panamá es el país elegido para albergar la próxima JMJ, en el 2019. El encuentro volverá pues a América Latina, uno de los viveros del catolicism­o, después de que Río de Janeiro brindara al papa argentino, en julio del 2013, un estreno triunfal en su primer viaje fuera de Italia. Ayer Francisco, siempre un poco fatalista con su propia salud, dijo al despedirse no estar seguro de si llegará al 2019, pero garantizó a los jóvenes que “Pedro sí estará en Panamá”.

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FILIPPO MONTEFORTE / AFP El Papa se fundió con los jóvenes, a los que pidió que no tengan vergüenza al manifestar su fe
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