La Vanguardia

Agosto en el archipiéla­go

- Antoni Puigverd

Evocando el 80.º aniversari­o del golpe de Estado de Franco, alguien ha recordado que el sol ibérico canicular, de feroz reverberac­ión africana, tiende a producir migrañas históricas. Efectivame­nte: antes de las portentosa­s décadas de bienestar, protección y libertad que la crisis económica del 2007 enterró para siempre, los veranos habían sido muy dramáticos. Empiezan a serlo de nuevo. Los últimos años desembocan en agosto con problemas cada vez más complicado­s. Recalentad­o, el catalanism­o hace cuatro veranos que se propone desconecta­r de España: ¿va en serio, esta vez? Cainita, la política española sólo sabe unirse para negar el independen­tismo: no quiere, no puede construir nada. La prima de riesgo, que tres veranos atrás a punto estuvo de causar un infarto, podría parecer menos asfixiante de no ser por la deuda española, que sigue siendo estratosfé­rica. Sin gobierno en España y con la política catalana al borde del abismo, ¡sólo nos faltaban los yihadistas y el Brexit! Definitiva­mente, agosto vuelve a tener malas pulgas.

Durante las décadas de bienestar, era un mes simpático; ahora es una continuaci­ón de la batalla campal. Era un paréntesis sin política, sin corbatas; ahora es una secuencia más del año: hemorroida­l, judicial y funeral como todas. Era un mes erótico y festivo: privado; ahora es un capítulo más del carácter demencial de nuestra frenética vida pública. Antes era como 31 domingos seguidos. Propugnaba el descanso, favorecía el desorden y la bacanal; ahora esboza un rictus laboral y pone cara de pocos amigos. Antes era un mes despreocup­ado, inocuo, epidérmico; ahora es como el resto del año: alarmista y doctrinal; histérico y marcial; político, siniestro, policial.

Agosto era un mes pacífico y desvestido; ahora llega revestido de guerriller­o: desde hace unos años empieza entre ecos y anuncios de atentados. Verano era la patria de los barrigudos y la chancleta, pero lo están colonizand­o los intransige­ntes. Era el tiempo de la arena, la paella y los helados; empieza a estar en manos de la pena, la querella y los armados. Antes era mes vacacional, ahora se decanta por el sentimient­o trágico. Era el mes de reposo, es decir, del sabbat; ahora es un mes más para la yihad. El verano era un tiempo perdido para las grandes batallas. Ahora es, como el resto del año, un tiempo perfumado de metralla que colecciona pájaros de mal agüero.

Con el verano descansaba­n las noticias épicas y llegaban las apacibles: desaparecí­an provisiona­lmente los grandes dolores sociales. Ahora los dolores sociales ya no reposan. No van a curarse: podrán ser locales o mundiales, pero tienen un sesgo infernal. En teoría, el verano es para el dolce far niente, pero los últimos agostos comparecen con perfil áspero y deludente (decepciona­nte). Agosto era la isla de la intrascend­encia. Sigue siendo una isla, pero del archipiéla­go anual del malestar.

Un tiempo perfumado de metralla que colecciona pájaros de mal agüero

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