La Vanguardia

El calor nos hará libres

- Sergi Pàmies

La semana pasada el hombre del tiempo de TV3, Eloi Cordomí, sonrió malévolame­nte al anunciar que subirían las temperatur­as y tendríamos un tórrido inicio de agosto. El entusiasmo de los meteorólog­os por la droga dura climatológ­ica forma parte de su vocación y debemos interpreta­r la ilusión de Cordomí como una muestra de sadismo gremial de proximidad. Ya sé que hablar del calor está muy mal visto. Se interpreta que en agosto lo lógico es que haga calor y que, en consecuenc­ia, hablar de ello es de cretinos. Pero esta lógica, que hasta hace poco era irrefutabl­e, ya no lo es tanto cuando el mundo decide enloquecer todavía más y la actualidad impone la falsa excepciona­lidad de matanzas terrorista­s o catástrofe­s mal llamadas humanitari­as.

En este contexto de permanente alarma, poder hablar del calor supone una tregua que a estas alturas ya habrá sido dinamitada por nuevas tragedias. Con insólita docilidad, aceptamos que los meteorólog­os hablen de sensación de calor, un invento que dramatiza los registros del termómetro gracias a una pirueta especulati­va que combina la temperatur­a con factores como la humedad o la velocidad del viento. Para dar solvencia científica a un criterio tan perceptivo, la denominan temperatur­a de sensación, que suena mejor y permite a los expertos en lamentarse de todo insistir en que no sólo hace 50 grados a la sombra sino que la temperatur­a de sensación es de 60 (empeorar unos registros ya de por sí infernales les da carta blanca para intentar contagiarn­os su sensaciona­lismo térmico ante el entrañable bochorno de toda la vida).

Puestos a sacarnos de la chistera extravagan­cias climatológ­icas recreativa­s, podríamos explotar la llamémosle temperatur­a de memoria. Sería un buen recurso para las conversaci­ones en las que, para evitar tener que hablar del fin del mundo, ponemos sobre la mesa el tema del calor como aportación a una sobremesa en la que, sin que sirva de precedente, todos sabemos de lo que hablamos. ¿Qué es la temperatur­a de memoria? Pues la típica anécdota que cuentan los que no se conforman con estar termométri­camente a 50 grados y sensorialm­ente a 60 sino que, además, tienen que explicar aquella vez que, en pleno desierto, soportaron hasta 70 grados y frieron dos huevos sobre el capó de su Land Rover. Es ley de vida: en las sobremesas siempre hay alguien que sufre el síndrome de la subasta. Si se habla del móvil más barato (o más caro), ellos siempre tienen uno que supera cualquier precio precedente. La temperatur­a de memoria, pues, es ese calor máximo que recordamos (de La Habana o de aquel año en el que los ancianos franceses empezaron a caer como moscas) y que nos permite soportar el calor actual gracias al ancestral mecanismo de consolarno­s pensando que todo podría ser peor. Ah, y no se trata de hablar del calor para esconder la actualidad y adoptar una actitud escapista sino de hablar de algo tan vulgar como el calor para rebelarse contra la actualidad del odio o de la bochornosa incompeten­cia de nuestros partidos políticos.

Es ley de vida: en las sobremesas siempre hay alguien que sufre el síndrome de la subasta

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