La Vanguardia

En el dulce nombre de María

Un SMS escrito desde el móvil de la víctima con un texto impropio encaminó el caso

- Enrique Figueredo

Siendo ya casi un adolescent­e, se orinaba todavía en la cama. Esa incontinen­cia no suponía obstáculo alguno para salir con su padre a matar monos a la selva peruana. Los desdichado­s primates eran después despelleja­dos y adecuada y convenient­emente troceados. Papá le enseñó cómo hacerlo con el mínimo esfuerzo y con la máxima limpieza motora.

Con cierta frecuencia, soñaba con muertos. Eran pasajes del pasado que le contaba por teléfono a su novia. Ella estaba en Madrid y él en Barcelona. Una relación a distancia que le daba un margen de maniobra tal como para tener una relación paralela con otra mujer a la que había conocido incluso antes de aquel noviazgo. Mientras la pareja hablaba de una ciudad a otra, un agente de la unidad central de personas desapareci­das de los Mossos d’Esquadra le escuchaba porque un juez lo ordenaba.

Aquel muchacho incontinen­te, descubrió, acercándos­e a la juventud, que sufría eyaculació­n precoz. Parece que aquello derivó en una hipersexua­lidad. También se lo contó a su novia por teléfono. Y también le contó que, antes de conocerla, había estado con prostituta­s para medir el alcance de su problema. Mientras hablaba, el dispositiv­o policial de grabación seguía en marcha. Así, los mossos d’esquadra que estaban al cuidado del dispositiv­o electrónic­o fueron sabiendo más y más de él. Supieron de sus debilidade­s y de sus mentiras.

Acorralado por las evidencias y por un concienzud­o interrogat­orio, Manuel Enrique Adán Guerra acabó confesando que había matado a Cisne María Chimborazo Guamán y que la había descuartiz­ado en una bañera de un piso de Barcelona en el que hacía labores de limpieza. Troceó a la mujer de la que se había obsesionad­o siguiendo aquellas viejas enseñanzas de la selva. Lo hizo en trozos tan pequeños que jamás se recuperó el cadáver. Esparció a su víctima metida en bolsas de basura por innumerabl­es contenedor­es de los distritos de Gràcia y el Eixample con tanto desahogo que ni siquiera recordó en cuáles exactament­e las depositó. Fue incapaz de concretarl­o el día en que se hizo la reconstruc­ción judicial de los hechos.

Cisne María nunca utilizaba su primer nombre. Quizá por comodidad, disconform­e con la elección de sus padres o porque el nombre bíblico la confortaba más. Era una feligresa activa y devota de la iglesia adventista del Séptimo Día. Por seguir los preceptos de su religión era vegetarian­a y se abstenía de tener relaciones sexuales fuera del matri- monio. A ojos de Adán Guerra, eso no le hacía perder un ápice de atractivo. El impediment­o parecía incluso estimularl­e. Estaba seguro de que saltaría con ella el obstáculo de sus orgasmos instantáne­os. Se obsesionó con tenerla y con sus negativas al sexo completo. Por eso María rompió su relación. Él quería más y ella no iba a dárselo. Se dejaba querer pero sólo hasta cierto punto y él insistía cuanto podía para estar con ella de forma cuánto más íntima mejor.

Se habían conocido trabajando en la misma empresa de servicios de limpieza. La relación se fue fraguando poco a poco. Ella más bien le daba largas. Es verdad. Lo atestiguan muy bien las conversaci­ones que mantenían a través de Facebook y que forman parte del sumario. Adán insistía mucho. Sus comentario­s eran más extensos y precisos. Los de ella, más cortos y difusos.

La relación se rompió definiti- vamente probableme­nte en las primeras semanas del 2011. María quería volver a su Ecuador natal a esperar el fin del mundo. Según sus creencias, ese momento tenía que llegar entre el 15 y el 20 de octubre de aquel año. Estaba decidida a marcharse y lo hizo. Quería estar en casa para la llegada de Cristo. Así que se fue.

El advenimien­to divino que María esperaba nunca se produjo y tuvo que admitir que se había arruinado y que estaba sin posibles. Eso sí, no perdió en absoluto su fe. Habría un nuevo fin del mundo y ella lo esperaría.

Las escasas opciones de trabajo en su tierra natal y la mala situación económica la habían atrapado. Adán volvió a ver en la debilidad de aquella mujer un saliente del que poder agarrarse para atraerla hacia sí de nuevo. Volvieron los mensajes, las comunicaci­ones y eso que Adán llevaba su noviazgo a distancia con gran intensidad. Fueron horas y horas de conversaci­ones entre Barcelona y Madrid y a la vez mensajes con María. Alimentaba de forma astuta cómo hacerse con el control de aquella delicada y a la vez esquiva excompañer­a de trabajo con la que había estado saliendo y con la que seguía obsesionad­o.

“No te preocupes, yo te dejo el dinero para el billete de avión. Tranquila, voy a hablar con nuestra encargada para ver si te pueden devolver tu puesto en la empresa. Seguro que sí, ya verás”. Adán se encargó de todo. Dio la cara por ella ante la firma de labores de limpieza industrial­es y a domicilio donde ambos habían trabajado juntos unos meses antes. Y lo consiguió. María regresó a Barcelona en noviembre del 2011 con un billete de avión pagado por Adán y se fue a vivir a un piso en la calle Berlín. Lo hizo a casa de unos miembros de su iglesia. Una madre y su hijo de una edad muy parecida a la de María, que tenía 29. Puede que ese joven fuera el hombre del que estaba enamorada realmente en secreto. Lo creen algunos de los conocen el caso en profundida­d.

El 5 de agosto del 2012, Adán consiguió quedar con ella sobre las 15 h en la plaza Lesseps. Una vez allí, la convenció para que le acompañara a un piso muy cercano en el que limpiaba. Tenía el encargo de dar de comer a los gatos. El dueño estaba fuera de vacaciones. María sabía de la casa. Aquellos gatitos le hacían gracia. Le gustaban. Lo confirman las conversaci­ones de Facebook. Ella aceptó. Lo que no sabía es que el depredador había ido el día anterior y había escondido en el tambor de la lavadora un cuchillo y un cúter. El día del crimen compró guantes, bolsas y diversos productos de limpieza.

Su premeditac­ión llegó mucho más lejos. Compró lubricante y un medicament­o contra la eyaculació­n precoz que quería probar. Era el Priligy 30 milílitros. Para que hiciera efecto tenía que tomarlo dos horas antes del encuentro sexual.

Cuando los agentes acudieron a su casa tras la detención el 25 de noviembre de aquel año del 2012 vieron como en un calendario colgado en la pared lucía justamente en el día del crimen la anotación “Primer sex”. No fue la única pista escrita de que dispusiero­n los especialis­tas de la unidad central de desapareci­dos de los Mossos. Adán, para disimular, envió al compañero de piso de María un SMS con este texto: “Ola soy cisne se me presento una emergencia con una amiga y necesitaba de mi ayuda,me ausenté d barcelona.ya me comunicare con usds (sic)”. María nunca usaba el nombre de Cisne.

Manuel Enrique Adán descuartiz­ó y repartió en bolsas de basura a su exnovia por Barcelona en el 2012 empujado por su hipersexua­lidad

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ORIOL MALET
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