Con el ADN del espíritu olímpico
Los aficionados al deporte de todo el mundo se quedan maravillados ante los logros de los atletas que han participado en los Juegos, en cualquiera de sus recientes ediciones. Deportistas cada vez más jóvenes se enfrentan a marcas y retos cada vez más exigentes. Es la ley del talento, de la precocidad, de lo extraordinario, del récord, del más difícil todavía.
Y nada es tan difícil, ni tiene tanto de extraordinario, como la capacidad para estar siempre en la élite del deporte, en el alto nivel. A este club tan exclusivo son muy pocos los que llegan y menos aun los que consiguen permanecer en él. Entre estos elegidos está Jesús Ángel García Bragado. Pura raza de competidor. Gran encajador de resultados, los buenos, un título mundial, y otros menos brillantes e igualmente meritorios a lo largo de su dilatada carrera profesional como deportista de élite.
¿Cuál es esa genialidad que distingue al mejor de entre los buenos? No son sólo los resultados, sino también la fuerza de voluntad, la disciplina, la superación personal constante, la automotivación de alta calidad, la tolerancia al fracaso, a la frustración, no sucumbir ante el éxito, la crítica, las lesiones, el desánimo, el cansancio, la edad, los rivales. Pensar de manera tan constructiva que todo te sirva, hasta en el peor de tus días. Sentir que, en caso de no estar pudiendo hacer lo que haces, solo podrías hacer exactamente lo que haces. Nacer para ser marchador. Un destino de nacimiento, una elección de juventud, una profesión de adulto.
El marchador sólo se muestra el día de la competición. Atrás quedan los más grandes esfuerzos, aquellos que no ve nadie, en los que nadie anima y los que nadie celebra. La soledad del corredor del marchador y la grandeza que hay tras ello. Es la ley del esfuerzo, del sacrificio. Ahora acude a una cita única, sus séptimos Juegos. Dadme un ejército de Bragados, que con ellos se puede mejorar todo aquello que requiera ser cambiado.