La ciudad digital
De las decenas de fotos, vídeos y artículos sobre la fiebre de Pokémon, lo que más me ha impresionado es la foto de unos jóvenes sentados encima de un pequeño mausoleo en un cementerio de Estados Unidos justo detrás de un cartel que pedía que no se jugara al juego. La escena plantea cuestiones cívicas, éticas, de privacidad (para saber si alguien está jugando le tenemos que mirar el móvil), de usabilidad e incluso de modelo de ciudad. Más que juicios y valoraciones subjetivas sobre el comportamiento de los jóvenes, me interesan más las valoraciones objetivas y medibles. Me interesa especialmente cómo un pequeño programa es capaz de transformar un mausoleo en un banco de piedra y un cementerio en un tablero de juego. Me interesa cómo el espacio digital transforma el espacio físico.
Hace unos diez años, en una reunión en el Instituto del Paisaje Urbano de Barcelona, me explicaron que una ciudad se podía ver como un gran ordenador, como un sistema dinámico complejo con entradas y salidas, con capacidad de transformación y que evoluciona con la interacción de los diferentes elementos que la componen. Para hacer ciudades más sostenibles, eficientes y espabiladas (smart cities), tenemos que conocer bien las interacciones entre las personas, los espacios y los objetos. Otro concepto que recuerdo de aquella reunión es el de calle frontera. Una calle frontera es aquel en que un lado de la calle vive al margen del
Una aplicación puede transformar un mausoleo en otra cosa; un móvil, todo nuestro entorno
otro y donde la comunicación entre ambos es inexistente. Son aquellas calles que de manera inconsciente evitamos siempre que podemos. Me pusieron como ejemplos la ronda Universitat y tramos de la calle Balmes y de la calle Aragó de Barcelona. Que una calle sea frontera puede ser debido a la anchura, a un exceso de tráfico, a la falta de pasos de peatones o a los bancos.
Los bancos, que tienen la culpa de muchas cosas, también tienen la culpa de eso. Resulta que un banco se diferencia de un comercio de bacalao, pongamos por caso, en el que en esta el negocio se hace de puertas afuera —prácticamente en la calle— mientras que en el primero las puertas son cerradas y el negocio se hace en un entorno de privacidad. En un mundo ideal, me explicaron, los bancos estarían en los sótanos y a pie de calle tendríamos bares, floristerías y tiendas de género de punto.
Hoy el debate es otro. Llevamos la ciudad en el bolsillo —algunos bancos no son más que una aplicación de móvil y su única dirección es en la web— y aplicaciones basadas en la geolocalización como Instagram, Twitter, myTaxi, Wallapop y el mismo Pokémon modelan la ciudad propiciando nuevas interacciones entre personas, espacios y objetos. Los datos masivos generados por estas aplicaciones muestran cómo las ciudades digitales a menudo difieren de las ciudades físicas originales, como las interacciones entre las personas crean nuevos espacios de relación y como emergen nuevos comportamientos que dan nuevos usos en la ciudad física. Estaría bien aprovechar este conocimiento para pensar cómo será la ciudad del futuro, que al fin y al cabo será la de los jóvenes que ahora juegan a Pokémon.