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La evolución positiva de la economía española a pesar de la parálisis política, y la firma del acuerdo de paz definitivo entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC.
LA economía española exhibe un notable dinamismo pese a la parálisis política que sufre el país. La contabilidad nacional del Instituto Nacional de Estadística ha revisado al alza en una décima el crecimiento del producto interior bruto (PIB) inicialmente estimado entre abril y junio, que ha sido del 0,8%, el mismo que en los tres trimestres anteriores. España es además uno de los grandes países industrializados que más han crecido en el segundo trimestre de este año. En concreto, casi el triple que la media del conjunto de los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que fue del 0,3%.
El impulso del consumo de los hogares, de la inversión de las empresas y de las exportaciones explica el buen comportamiento de la economía española, que se beneficia especialmente de los estímulos derivados de varios factores. Entre ellos destacan la bajada de los precios del petróleo, el descenso de los impuestos, los bajos tipos de interés y las facilidades crediticias que propicia la política monetaria del Banco Central Europeo, así como las grandes ganancias de competitividad que ha posibilitado la devaluación salarial aplicada en los años de crisis. El más del millón de nuevos puestos de trabajo que se han creado en los dos últimos años, en gran parte gracias a la reforma laboral, refuerzan la inercia del aumento del consumo, que es el gran motor del crecimiento.
Frente a la opinión de que la actual parálisis política no influye en la economía, ya que su crecimiento no se ha desacelerado, existe la opinión contraria de diversos analistas, incluido el propio ministro de Economía en funciones, que piensan que la evolución del producto interior bruto y del empleo hubiera podido ser mucho mejor con estabilidad institucional y sin incertidumbres. El BBVA considera que el crecimiento económico habría sido un punto superior entre los años 2016 y 2017.
Los datos de la contabilidad nacional conocidos ayer, sin embargo, presentan dos aspectos que tener muy en cuenta. El primero es que la contribución de la demanda interna (consumo e inversión) al crecimiento de la economía ha sido ocho décimas inferior a la del trimestre anterior. Este retroceso ha sido compensado por la mayor aportación de las exportaciones. Pero no está claro que la mejora del comercio exterior pueda mantenerse, dada la creciente debilidad del entorno internacional, que en Alemania se ha traducido ya en el descenso de la confianza empresarial más acusado desde el 2014. En esta situación, el empleo puede verse perjudicado. En el segundo trimestre, pese al aumento del PI B, la creación de puestos de trabajo ya se ha desacelerado respecto al primero.
El gran reto, en cualquier caso, es mantener el actual ritmo de crecimiento económico, porque es imprescindible para seguir con la disminución del desempleo, que aún está en el 20% de la población activa, y para poder reducir el déficit público hasta los límites exigidos por la Unión Europea, de forma que se pueda limitar el enorme endeudamiento público que acumula el país, y que ya supera el ciento por ciento del PIB. Para lograrlo hará falta algo más que seguir confiando en la inercia, ya que son muchas las cosas por hacer. Hay que aprobar los presupuestos del Estado para el 2017, afrontar los ajustes exigidos por la Unión Europea, reducir incertidumbres económicas e implementar un amplio programa de reformas estructurales. Que parezca que la parálisis política actual no se nota en la economía no es excusa para que los partidos políticos dilaten más en el tiempo los pactos para la formación de un gobierno con capacidad –valga la redundancia– para gobernar.