El astrónomo solitario
Gaziel se describió en un artículo, a las puertas del 6 de octubre de 1934, como un astrónomo solitario. La definición sugiere un pleonasmo, porque eso de mirar por el telescopio se percibe como una tarea íntima, personal, silenciosa. El periodista se califica así, no por su afición a contemplar el cielo estrellado, sino por su capacidad de distinguir a aquellos que se estrellan en la Tierra. Gaziel era crítico con la política catalana, pero aún más con la gestión de España. “Con un poco de inteligencia, de unión entre nosotros, de maneras con los demás, de habilidad, de amplitud espiritual, de verdadero sentido práctico, en otros cincuenta años –¡ah, Señor!– podríamos todavía hacernos, no digamos los amos, pero sí los regeneradores de España”. Ciertamente, el maragallismo intentó representar este espíritu renovador, pero sin suerte. Y, además, el accidentado final del nuevo Estatut dio al traste con esta voluntad regeneradora en España, pero sobre todo encalló el discurso posibilista del nacionalismo catalán.
Hoy, el astrónomo solitario ve que “la empresa colosal de infundir el sentido catalán, autonomista y federativo a las demás tierras de España” ha fracasado. Por si alguien tuviera alguna duda, en las cien medidas del acuerdo firmado por Mariano Rajoy y Albert Rivera no se contempla una propuesta para abordar la cuestión catalana con audacia e inteligencia; al contrario, algunas de las propuestas, como la del trilingüismo, van a complicar aún más las cosas. En Catalunya se habla de desconexión, pero puede que en Madrid hayan desconectado antes. Decía Gaziel que el astrónomo confía en el orden natural, pues sabe que los cataclismos son resultado de la necedad de los hombres, nunca de las leyes cósmicas. Son tiempos para que los astrónomos solitarios miren más allá de la punta de su telescopio.