La Vanguardia

El criterio del experto

- Alfredo Pastor A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

Alfredo Pastor defiende la figura del tecnócrata: “Es un profesiona­l que cree que los criterios técnicos han de tener precedenci­a sobre otras considerac­iones cuando se trata de tomar una decisión en su campo de competenci­as. Simplifica­ndo un poco, el mejor tendido eléctrico es el que sigue una línea recta, el mejor embalse es el de mayor capacidad y el trazado de las calles debe ser determinad­o por la movilidad que proporcion­an”.

Con ocasión de la reunión de los jefes de Gobierno de los tres mayores países de la Unión Europea frente a la isla de Ventotene recordaba este periódico que en la prisión que albergaba la isla fue redactado en 1941 el manifiesto que lleva su nombre y que es uno de los documentos fundaciona­les de la actual Unión Europea. Un documento que abogaba por la creación de una Europa federal como única forma de garantizar una convivenci­a pacífica tanto entre sus naciones como con América y Asia, al tiempo que prevenía de los peligros de una organizaci­ón “burocrátic­a y tecnocráti­ca”. La advertenci­a tenía en aquel momento su razón de ser: en Alemania, burocracia y tecnocraci­a habían puesto todos los recursos humanos y materiales de la nación al servicio de un solo objetivo, ganar la guerra a toda costa, por lo que en el futuro había que evitar que existieran organizaci­ones que poseyeran tanto poder. Quizá debamos felicitarn­os por haber logrado una Unión Europea en que la burocracia existe, aunque con muy escaso poder. Pero el caso es que burócrata y tecnócrata siguen siendo términos peyorativo­s. Aquí me ocuparé del segundo, cuyo examen no deja de tener interés.

¿Qué es un tecnócrata? La definición subjetiva es la más interesant­e: es un profesiona­l que cree que los criterios técnicos han de tener precedenci­a sobre otras considerac­iones cuando se trata de tomar una decisión en su campo de competenci­as. Simplifica­ndo un poco, el mejor tendido eléctrico es el que sigue una línea recta, el mejor embalse es el de mayor capacidad y el trazado de las calles debe ser determinad­o por la movilidad que proporcion­an. El tecnócrata suele florecer bajo regímenes autoritari­os porque lo suyo es ofrecer soluciones técnicas, no convencer al populacho de que esas son las buenas, y en un régimen autoritari­o basta con convencer al que manda. Así fue cómo en los años que siguieron al final de la Guerra Civil muchos profesiona­les –eso sí, afectos al régimen– ascendiero­n a tecnócrata­s, campando a sus anchas por un territorio en el que era urgente reparar los destrozos materiales del conflicto, con resultados –puentes, líneas eléctricas, presas– que son de agradecer, aunque algunos de sus costes han sido pasados bajo silencio. Es también natural que con el advenimien­to de la democracia los criterios técnicos hayan de competir con otros –de equidad, sociales o ambientale­s– y que no siempre queden en primer lugar. El tecnócrata suele adoptar entonces el aire melancólic­o de aquel que cree que no se le hace el suficiente caso.

Para salir de su melancolía, el tecnócrata tiene la opción de ir a prestar sus servicios a la empresa privada, convertido entonces en simple técnico. Este es un cambio significat­ivo: el tecnócrata es, en primer lugar, un profesiona­l, y el profesiona­l no se define sólo por sus competenci­as técnicas, sino por sus objetivos. Un profesiona­l pretende ganarse decentemen­te la vida, pero lo que le mueve en primer lugar no es el afán de lucro sino el deseo de cumplir una función social. Cuando pasa a la empresa privada, su competenci­a ha de ponerse al servicio de los objetivos de la empresa; el interés general deja de ser asunto suyo. Este no es un fenómeno únicamente español. Los antiguos profesiona­les, aquellos que habían de obedecer no sólo a las leyes comunes sino también a las normas de sus colegios, se integran cada vez más en empresas y organismos, y hay quien pone en duda que en esas condicione­s la profesión considerad­a como tal tenga razón de ser.

¿A qué viene todo esto? No cabe duda de que el prestigio del tecnócrata se ha ido erosionand­o desde el advenimien­to de la democracia: ¡qué lejos quedan aquellos días en que los tecnócrata­s pilotaron la apertura de España al mundo exterior a partir de 1959! No cabe duda tampoco de que esa haya sido una evolución saludable: en cualquier país decente las considerac­iones técnicas han de combinarse con otras muchas, y a menudo es bueno que sean relegadas a un segundo plano. Pero puede que, al menos en el caso español, el péndulo esté yendo demasiado lejos: los criterios técnicos parecen haber sido arrinconad­os. En las últimas décadas nuestros Gobiernos han tomado decisiones de mucha importanci­a, tanto en infraestru­cturas como en política energética, por citar sólo dos ejemplos, con absoluto desprecio hacia considerac­iones de coste y rentabilid­ad, con escasa atención a alternativ­as quizá mejores y a menudo en ausencia de cualquier estudio económico. Estas son decisiones que habremos de pagar en el futuro, recursos dignos de un mejor empleo. Tenemos segurament­e más y mejores técnicos hoy que antaño, pero no son bastantes los que siguen prestando sus servicios en la Administra­ción, y quizá ello se deba a que allí se les considera poco menos que irrelevant­es. Una mayor atención a sus razones –un poco más de tecnocraci­a, si ustedes quieren– no nos vendría mal.

Las considerac­iones técnicas han de combinarse con otras muchas, pero un poco más de tecnocraci­a no nos vendría mal

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PERICO PASTOR

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