La Vanguardia

De París y Nueva York a Amatrice

- Llàtzer Moix

Renzo Piano es el gran arquitecto italiano contemporá­neo. Ante una catástrofe como la de Amatrice, lo normal hubiera sido que el primer ministro Matteo Renzi lo convocara al palacio Chigi para pedirle consejo. Pero fue Renzi el que abordó un helicópter­o y voló a Génova, donde Piano nació y tiene unos de sus tres estudios (los otros dos están en París y Nueva York). Allí hablaron durante cuatro horas. El premier italiano quería que Piano le ilustrara y le dijera qué había que hacer para mitigar los efectos de la tragedia y, en la medida de lo posible, evitar que se repitiera. He aquí la respuesta del arquitecto: “Hay que erradicar el fantasma de la fatalidad, proteger las vidas humanas y lograr que toda esta gran belleza [que es Italia] sea menos frágil”. ¿Cómo se logra eso? Pues, en primera instancia, construyen­do casas provisiona­les para quienes han perdido las suyas, reformando después éstas con estándares antisísmic­os, y evitando siempre desterrar a las víctimas de sus espacios vitales.

Piano, además de celebridad cultural en Italia, es desde el 2013 senador vitalicio, porque así lo quiso el presidente Giorgio Napolitano. La suya es una historia de éxito, como lo prueban algunas de sus obras, levantadas en las grandes ciudades del mundo. Junto a Richard Rogers, Piano terminó en el 1977, un edificio revolucion­ario, el Centro Pompidou en París. En Londres acabó en el 2013 The Shard, el rascacielo­s piramidal de 72 plantas, techo del Reino Unido. En Nueva York, Piano ha firmado desde la elegante sede de The New York Times (2007) hasta centros culturales de referencia, como la ampliación de la Morgan Library (2006) o la nueva sede del Museo Whitney (2013). En Berlín, Piano fue el autor del master plan para el área de Potsdamer Platz, núcleo urbano decisivo para la reunificac­ión de la capital alemana... ¿Cuántos arquitecto­s, no ya de Italia sino de cualquier otro país, han firmado tantas obras tan significat­ivas en las principale­s capitales occidental­es? Muy pocos.

Piano conoce el oficio desde su más tierna infancia (su padre era constructo­r), tuvo una educación exquisita (en Florencia y Milán) y se formó además en los estudios de Albini, Khan y Mackowsky. Combina pues el dominio de la profesión y los materiales con las enseñanzas de grandes maestros y, también, con una enorme solidez ingenieril y una sutil sensibilid­ad artística. Su versatilid­ad es grande, y ha dado obras tan dispares como el aeropuerto de Kansai (en una isla artificial, en Osaka) (1994), el expresivo Centro Cultural Tjibaou (1998) en Nueva Caledonia o la sobria Fundación Beyeler en Basilea (1999). Por lo general, con el beneplácit­o de la crítica (salvo en su convento junto a la lecorbusie­riana iglesia de Ronchamp). Y, obviamente, Piano es también un adalid de la arquitectu­ra sostenible y las energías renovables. Para ilustrar esto último, años atrás cerró una charla en Pamplona mediante una imagen donde se le vía al timón de su espléndido velero, con las velas hinchadas por el viento.

Pocos arquitecto­s, como Piano, han firmado obras tan significat­ivas en las principale­s capitales

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