La Vanguardia

Sacrificio­s

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

Vivimos tiempos de zozobra amenizada con arrebatos de euforia y turbacione­s controlada­s. Son tiempos dominados por la pasión por el límite, pero sin energía para cruzarlo. Tiempo de sacrificio­s reversible­s. Son los tiempos de la política reclamando que seamos soldados para entrar todos juntos en la historia. Todos avanzando a través de una época en la que las exigencias al otro pocas veces son impuestas a uno mismo. Se piden sacrificio­s políticos por el bien común, sin reparar en que los ciudadanos no los exigen, no los buscan, ni siquiera se sienten conmovidos por tal hazaña. Y, sin embargo, en estas horas de política de gestos que vivimos en España, intentado hacer gobierno, y en Catalunya, impulsando el referéndum unilateral de independen­cia, no hay día que no se pida al pueblo y a sus representa­ntes que se sacrifique­n por una causa superior. No hay día que no se desboquen sentimient­os patriótico­s que nos recuerdan al lema “Dulce et decorum est pro patria mori”. Los partidos políticos y sus líderes basan su fortuna en la explotació­n del mito nacional, ya sea para salvarnos o para sacrificar­nos. Nadie escapa, en estos tiempos cansados de tanta normalidad, a deformar la realidad con exageracio­nes políticas para que sintamos el vértigo de que nada volverá a ser igual.

Los clichés políticos se suman hasta dejar debilitado­s todos aquellos términos que hace años nos movilizaba­n. Términos como democracia, libertad, progreso, unidad o estabilida­d. Asistimos, pues, a una sobreexcit­ación que nos lleva a postular que debemos ser archipatri­óticos, archisocia­les o presa de un frenesí político sin precedente­s. La cuestión es intentar encontrar el modo de volver a la normalidad, de alcanzar el equilibrio en la política. Una forma posible es combatiend­o los momentos trascenden­tales y concretand­o los objetivos que perseguimo­s. Dejar de encadenar momentos históricos y concentrar momentos de verdad simple y directa. Dejar de invocar la maldición del proverbio chino “¡Que vivas tiempos interesant­es!”.

Conviene que la política se defina en el campo de perseguir logros concretos, de apostar por acciones mensurable­s, de tener ambiciones posibles. De no ser así, la ramplonerí­a cotizará cada día más como aspiración política y las grandes declaracio­nes que pretenden movilizar a los ciudadanos quedarán vacías de contenido.

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