La Vanguardia

Los 50 céntimos de Ibrahima

- Domingo Marchena

Combatir el top manta oel top lata únicamente con medidas policiales es imposible, aunque eso no debería ser excusa para la imperdonab­le inacción del verano pasado. Barcelona trata de enderezar el rumbo con cooperativ­as, cursillos y políticas de inserción laboral que ya han demostrado sobradamen­te su éxito, como en el caso de los exmanteros que han aprendido el oficio de pescadero en Mercabarna. Estos hombres y mujeres sí que dejarán la venta ambulante. Pero los que han visto cómo les quitaban casi 6.000 latas en Sants seguirán en la calle. La madrugada del domingo al lunes la zona lúdica del Poblenou, como tantos rincones de Barcelona, era un hervidero de lateros y de su interminab­le letanía: “Cerveza, beer, cerveza, beer”. Por cierto, este ejército se ha reforzado: desde hace ya mucho tiempo también hay quienes venden bocadillos y empanadill­as. Si el top lata tiene graves problemas sanitarios, qué no tendrán esos bocadillos. Hasta ahora no se ha desmantela­do

ninguna cocina, pero sí varias coctelería­s ilegales, como las que abastecen a los vendedores playeros de la Barcelonet­a. Las condicione­s higiénicas en que se elaboraban los mojitos eran pésimas, asegura la Guardia Urbana. La venta no autorizada de alimentos y bebidas se castiga con sanciones de hasta 500 euros. Papel mojado: no las paga nadie. Los vendedores no tienen ingresos fijos ni bienes embargable­s. El pakistaní Ibrahima, el eslabón más débil de esta cadena, gana 50 céntimos por cada mojito que vende a cinco euros. Calculen cuántos tendría que vender para reunir 500 euros.

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