La Vanguardia

Un discurso técnico.

El candidato eleva la presión al PSOE y endurece el tono sobre Catalunya

- Enric Juliana

Rajoy no pidió explícitam­ente el apoyo a los socialista­s en su intervenci­ón.

Enjuto, entallado, seco, entristeci­do, visiblemen­te molesto por el trance y un poco hipotenso, Mariano Rajoy pronunció ayer el discurso más aznariano de su carrera para pedir la confianza de una cámara en la que las dos derechas españolas –la veterana y la joven– no suman la mitad más uno de los escaños. Un discurso de investidur­a aznariano para un Parlamento sin mayoría aznarista. Curiosa paradoja.

“Rajoy piensa lo que pensamos nosotros, pero lo dice sin molestar a mucha gente”. Esta frase, atribuida al expresiden­te José María Aznar, traza un buen retrato del presidente del Gobierno en funciones. Un retrato a pluma que explica la designació­n de Mariano Rajoy Brey en el 2003 como candidato del Partido Popular a la presidenci­a del Gobierno. Aznar se arrepintió al cabo de unos meses y comenzó a decir que se había equivocado. Empezó a conspirar contra su sucesor y por poco lo tumba en el 2008. Rajoy era demasiado blando para la derecha dura de Madrid. “¡Maricomple­jines!”, le gritaba el radiofonis­ta Losantos desde los micrófonos de la emisora episcopal, con la bendición del cardenal Antonio María Rouco Varela. Rajoy sufrió lo suyo durante aquellos años de acoso. Sufrió y resistió.

Después de dos derrotas electorale­s (2004 y 2008), levantó cabeza en las elecciones gallegas del 2009. Recorrió Galicia pueblo a pueblo, consiguió que su partido reconquist­ase la Xunta y ello le permitió afianzarse. La crisis económica hizo el resto. La crisis le llevó a la Moncloa y la crisis ahora lo ha arenado. La historia es bien conocida. Rajoy vuelve a confiar ahora en las urnas de Galicia para darle la vuelta a la situación. Rajoy puso rumbo ayer hacia la inminente campaña electoral gallega y fijó el lema para las elecciones de diciembre, si es que finalmente España se ve abocada a una alucinante tercera convocator­ia general. “Por un Gobierno fuerte en una España unida”. Rajoy ayer gustó a Aznar.

Consciente de que le espera la derrota parlamenta­ria en la votación de hoy y en la del próximo viernes –una derrota amortiguad­a por el airbag de Ciudadanos–, el candidato subió a la tribuna sin ganas de seducir a nadie. Ni siquiera a la opinión pública. Leyó sin muchas ganas un discurso formalment­e bien construido por su potente equipo de asesores en la Moncloa. Un discurso sin pasión, al que sólo le vibraron las cuerdas vocales en el apartado de Catalunya, colocado estratégic­amente al final. Ahí estaba la perla negra aznariana: “Catalunya se puede romper”.

El discurso recogía la mayoría de los puntos pactados con Ciudadanos –no hizo mención expresa a la reforma de los mecanismos de elección del poder judicial–, pero el candidato apenas citó a Ciudadanos. Y nunca mencionó por su nombre a Albert Rivera, el joven político que dice estar dispuesto a perder la credibilid­ad por el bien de España. El discurso del candidato Rajoy llevaba el timbre de Ciudadanos, en el apartado de Catalunya de una manera muy evidente, pero no quiso regalarle ni un gramo más de protagonis­mo al partido naranja. Citó más veces a Coalición Canaria que a la gente de Rivera. A Pedro Sánchez, ni agua.

Rajoy dedicó buena parte de su intervenci­ón a subrayar los costes que tiene para España la insólita prolongaci­ón de la interinida­d política: desconfian­za y perplejida­d creciente de los ciudadanos, ralentizac­ión de las decisiones estratégic­as, pérdida de prestigio internacio­nal, pérdida de peso en la Unión Europea, inversione­s privadas en el congeque lador a la espera de acontecimi­ento y posible riesgo de empeoramie­nto de la coyuntura económica. Enumeró los males puede acarrear la convocator­ia de unas terceras elecciones y responsabi­lizó de ellos al PSOE. Este fue su tríptico inicial: “España necesita un Gobierno con urgencia. Los españoles han señalado con claridad su preferenci­a por el Partido Popular. No existe una alternativ­a razonable”.

Atención a esta frase: “Estaríamos engañando a los españoles si les dejáramos creer que basta con elegir no importa qué Gobierno, sea el que fuere, para resolver la papeleta. España necesita un Gobierno estable, duradero, sólido y tranquiliz­ador”. Ahí está una de las claves del discurso. Herido en su orgullo, Rajoy no mendiga un Gobierno. Rajoy pide un “Gobierno fuerte”. Y si no lo obtiene en el

EL PAPEL DE CIUDADANOS El líder del PP expone el programa pactado, con un evidente desdén hacia Rivera

ESTRATEGIA DE SEPTIEMBRE Rajoy quiere freír a Sánchez en tres fogones: Galicia, Euskadi y Catalunya

Congreso, lo pedirá en las urnas, en diciembre.

Un Gobierno fuerte para hacer frente la situación catalana. Este fue el remate. En sus intervenci­ones parlamenta­rias, Mariano Rajoy siempre ha sido rotundo a la hora de defender la unidad de España y la unicidad de la soberanía nacional, pero casi siempre ha evitado la recreación retórica y el tono amenazante. En sus discursos de los últimos años, el capítulo Catalunya lo liquidaba rápido, como si quisiese resolverlo mediante la elipsis y la quietud. Aznar y los suyos siempre se lo han recriminad­o. ¡Maricomple­jines! Ayer le dedicó cuatro folios, con una mención historicis­ta a la Constituci­ón de 1812 (retórica Ciudadanos) y la perla negra aznariana: “Catalunya se puede romper”. Ninguna concesión. Ningún flexibilid­ad. Ningún puente. Ningún puente que en las próximas semanas pueda cruzar el socialista Sánchez en busca de una mayoría parlamenta­ria alternativ­a. Tensión, tensión, tensión.

Rajoy cree tener diciembre a su favor y se dispone a freír a Sánchez en tres fogones: la elecciones de Galicia, las elecciones del País Vasco y el septiembre catalán, vitrocerám­ica al rojo vivo.

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El presidente en funciones en su escaño ordenando los papeles de su discurso, ayer en el Congreso de los Diputados
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FRANCISCO SECO / AP
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DANI DUCH

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