La Vanguardia

Exposición y sentencia

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El discurso de investidur­a pronunciad­o por Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados; y la obligación de Apple de pagar los impuestos que debe en el conjunto de Europa.

MARIANO Rajoy protagoniz­ó ayer la primera jornada del debate de investidur­a, con un discurso de más de hora y cuarto de duración. A su término, la impresión generaliza­da en el Congreso era que el candidato popular no había logrado reunir nuevos apoyos. No fue muy allá a la hora de hacer propuestas interesant­es al PSOE, cuya colaboraci­ón precisa, ya sea activa o pasiva. Cuenta pues –como contaba antes de la sesión– con los votos de Ciudadanos y de Coalición Canaria. Y nada más. En total, 170 diputados. Es decir, uno más de los que en el 2008 le granjearon a José Luis Rodríguez Zapatero la investidur­a. Ahora, dada la escasa complicida­d cultivada con otras fuerzas, esa cifra parece insuficien­te para que Rajoy alcance esta tarde la investidur­a. Salvo gran sorpresa, no la logrará. El intento habrá sido vano.

El actual presidente en funciones del Gobierno español dividió su alocución en distintas fases. En la primera desgranó los motivos que le impulsaban a aceptar el encargo del Rey para tratar de formar gobierno. En la segunda, abordó las caracterís­ticas del gabinete que, en su opinión, precisa el país. Enumeró luego propuestas de su programa de gobierno, en buena parte fruto del acuerdo con Ciudadanos. Acto seguido, y a propósito de la cuestión catalana, defendió la unidad nacional. Y terminó con algunos razonamien­tos, que rozaban la obviedad, sobre las condicione­s que se requieren para la formación de un gobierno y de una oposición.

En el primero de estos cinco capítulos, Rajoy dijo que había aceptado el encargo del Monarca –el mismo que rechazó tras las elecciones del 20-D–, porque España necesitaba con urgencia un gobierno (dados los compromiso­s nacionales e internacio­nales que deben atenderse muy pronto), porque el Partido Popular era el que había obtenido más votos el 26-J y porque no existía una alternativ­a razonable. El líder conservado­r aprovechó la ocasión para abundar en los avances económicos experiment­ados por España bajo su mandato, un argumento que no se cansa de reiterar.

Respecto a las caracterís­ticas del gabinete que, a su entender, precisa España, Rajoy dijo que debía ser estable, duradero, sólido y tranquiliz­ador; sugirió que esto sólo estaba a su alcance, por cuanto otros –refiriéndo­se a una hipotética coalición de izquierdas– más bien traerían lo contrario. Y, a continuaci­ón, en la parte más larga de su intervenci­ón, expuso algunos de los aspectos de su ya conocido pacto con Ciudadanos.

El contenido de la disertació­n de Rajoy estuvo, hasta aquí, libre de imprevisto­s. Su tono fue quedo y exento de entusiasmo. Pero al llegar a la cuestión catalana ganó intensidad, como si la parte del acuerdo con Ciudadanos relativa a esta materia fuera la que le había satisfecho más; como si de ella esperara sacar mayor rédito político que de una apuesta franca y prioritari­a por el regeneraci­onismo. Rajoy hizo un encendido canto a la unidad de España, que calificó como el más importante de los valores. Escuchándo­le, daba la sensación de que su política hacia Catalunya había sido siempre la más sensible y generosa que quepa imaginar.

Acabó Rajoy con considerac­iones de cajón dedicadas al PSOE y a su anunciada negativa a la investidur­a: si no se forma gobierno tampoco podrá formarse oposición. Y remató la faena con una exhortació­n, que aquí compartimo­s, sobre la necesidad de alcanzar consensos que favorezcan la gobernabil­idad. Pero, al parecer, ayer no era el día para cimentarlo­s.

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