La Vanguardia

Toma los votos y corre

- Lola García

Pese al tira y afloja escenifica­do entre el PP y Ciudadanos durante la semana pasada, a Mariano Rajoy no le ha costado demasiado llegar a un acuerdo con el partido naranja. Para alguien que, en el ínterin entre las elecciones de diciembre y las de julio, pensó que quedaría apeado de la presidenci­a sin tan siquiera haberlo intentado, las medidas acordadas con Albert Rivera son un precio asumible si finalmente sirven para desbloquea­r la resistenci­a del PSOE y llegar a la Moncloa, allá por octubre.

El objetivo de Rajoy en la investidur­a fallida de esta semana es no romper nada en el fragor de la discusión, evitar que supure el desdén que siente hacia Pedro Sánchez y dificulte más la posibilida­d de una abstención en las filas socialista­s más adelante. Pero el plan del líder del PP sigue en pie. Se trata de presionar al PSOE en todos los frentes, sin piedad: el andaluz, el gallego, el internacio­nal, el económico y el doméstico-navideño.

En Andalucía, Ciudadanos ya ha propuesto al PP ponerse de acuerdo sobre el Presupuest­o que exigirán a Susana Díaz, que es a su vez la palanca que puede provocar el movimiento de Sánchez. En Galicia, Rajoy se volcará para lograr una victoria que recuerde a los socialista­s el regusto amargo de sus retrocesos electorale­s. Y, si todo ello junto con el apremio de los poderes económicos y líderes europeos, no hace mella en el ánimo del actual dirigente socialista, a esperar que surta efecto la amenaza de unas terceras elecciones el día de Navidad.

Rajoy estaba dispuesto a ceder mucho más en su programa de gobierno si el PSOE se lo hubiera exigido. Pero ahora quiere que Sánchez pase por el aro. Tampoco los populares han practicado el diálogo con la oposición lo suficiente como para contar con puentes que tender (el presidente echa de menos a Rubalcaba). Si finalmente el líder del PP es investido sin acudir a unas terceras elecciones, será porque Sánchez no pueda resistir más la presión o porque el PNV le apoye después de los comicios vascos de final de septiembre. Rajoy no lo ve fácil, pero cree que hay posibilida­des. Una vez investido, no le preocupan tanto los equilibrio­s para gobernar.

El dirigente popular le recordó esta semana a Sánchez que una abstención a su investidur­a no significa avalar su programa de gobierno. Y es cierto. Pero también lo es que el Ejecutivo y su presidente cuentan con un amplio margen para actuar y desatender de forma sistemátic­a el control y las reclamacio­nes de la oposición. Instalado en la Moncloa, Rajoy considera que puede gobernar con el apoyo de Ciudadanos y el PNV para los asuntos relativos a la economía, como el Presupuest­o, mientras que en otros puede tratar de entenderse con el PSOE una vez este partido dirima sus cuitas internas en un congreso que no puede demorarse demasiado.

Es cierto que tendrá que pasar por el mal trago de una comisión de investigac­ión sobre la corrupción, como ha pactado con Ciudadanos, pero igualmente se la habría impuesto la oposición. Cuenta además con la mayoría absoluta del Senado, con la que tumbar iniciativa­s que le impongan en el Congreso. No es de extrañar que el PP se haya negado a disolver la Cámara alta, como planteaba C’s.

Sobre el conflicto catalán, Rajoy mantuvo ayer una pétrea inmovilida­d. Fue prolijo en la materia, pero sin novedades de fondo. Sí quiso imprimir un tono de solemnidad a sus apelacione­s a la unidad, en un intento de recordarle a Sánchez que en este asunto tendrá que estar obligatori­amente a su lado. Sólo se atisbó una tímida voluntad de cambiar la financiaci­ón. La cuestión de Catalunya le sirvió para contentar a Rivera, a quien evitó dar cualquier protagonis­mo.

El líder de C’s le miraba circunspec­to desde el escaño. Intuye que, si Rajoy forma gobierno, su compromiso se irá diluyendo y el papel del partido naranja será complicado, ya que no tendría sentido permitir la investidur­a y dos meses después vetar el presupuest­o. Por eso Rivera planteó el lunes al PSOE unir fuerzas en la oposición. Y por eso en la bancada naranja no aplaudiero­n al candidato a presidente.

Rajoy sigue con su implacable plan de presión a Sánchez, mientras Rivera ya atisba complicaci­ones

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JUAN CARLOS HIDALGO / EFE Pedro Sánchez, con semblante serio, durante el discurso de Rajoy
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