La Vanguardia

El discurso de la hora de la siesta

- Ignacio Escolar

“Un discurso plano, antiguo, sin pasión alguna y básicament­e electorali­sta. ¿De verdad que Mariano Rajoy quiere ser investido presidente?”. La descripció­n la dio el diputado y secretario general del grupo parlamenta­rio de Ciudadanos Miguel Gutiérrez en un tuit que, por lo que dice y por quién lo dice, resume bien el estado de la cuestión. Mariano Rajoy pasó por su discurso de investidur­a transmitie­ndo la misma ilusión de quien hace cola para pagar una multa de tráfico, como si fuese un molesto e injusto trámite al que le obligan esos irresponsa­bles diputados que, además de darle la semanita, le van a votar que no. No gustó a sus aliados de Ciudadanos, a quienes ninguneó al ignorar a Albert Rivera y colocar a su principal aliado prácticame­nte en el mismo saco que UPN, Coalición Canaria y el partido de Francisco Álvarez-Cascos. Ni siquiera entre los suyos triunfó. Más allá de los exagerados elogios de su portavoz Rafael Hernando –“brillante, sólido, coherente…”– pocos dirigentes del PP admitían en privado que el discurso fuese a ser recordado por mucho más que su sopor. “Es lo que tenía que hacer y lo ha hecho”, explicaba Celia Villalobos. Demos gracias al señor.

El tono de un Mariano Rajoy que, al menos esta semana, se sabe perdedor fue tan plúmbeo como poco original. Hubo varios momentos indistingu­ibles de lo que ya ha dicho en esa misma cámara en los últimos debates sobre el estado de la nación. Otra vez la herencia recibida, esa misma herencia recibida de la que, en 2011, prometió que no se iba a quejar. Otra vez su explicació­n de cómo evitó el rescate –omitiendo como siempre el rescate a la banca y el Memorándum que firmó España ante la troika–. De nuevo el “no se puede gastar lo que no se tiene” por parte del presidente que ha elevado la deuda pública en cuatro años desde el 68% del PIB a más del 100%; del mismo político que aprobó una bajada de impuestos en pleno año electoral. Y un empacho de datos económicos recitados con menos emoción de la que transmite el Siri del iPhone.

Mariano Rajoy, con su discurso, dejó claro por qué el candidato del PP tiene hoy una mayoría absoluta en su contra en el Parlamento; 180 diputados que hoy tienen más razones que ayer para votar que no. Pero lo peor no fue el tono, o la “falta de fe” que hasta Ciudadanos criticó. Es aún más preocupant­e la argumentac­ión. El mismo presidente que aprobó la Lomce con la oposición de todos los demás partidos y todos los representa­ntes de profesores y alumnos ofrece ahora un pacto por la educación. El mismo Mariano Rajoy que aprobó esa amnistía fiscal a la que acudieron todos los corruptos o que le pidió fuerza a Luis Bárcenas cuando apareció su botín en Suiza presumió de haber puesto en marcha “mecanismos para que los corruptos devuelvan el dinero”. El mismo presidente que aún mantiene en su Gobierno al ministro Jorge Fernández Díaz y amparó la guerra sucia policial contra los políticos independen­tistas catalanes recalca su “diálogo y cooperació­n con la Generalita­t”. El mismo que indultó a siete políticos corruptos plantea ahora como gran medida regenerado­ra que no lo volverá a hacer e incluso presume de no haber indultado nunca a un maltratado­r –¡oh, qué detalle!– y ni siquiera esto es del todo cierto. Rajoy firmó el indulto de un guardia civil, condenado como cómplice de un agresor sexual, que se dedicó a grabar en móvil cómo su amigo acosaba a una mujer en un tren en vez de auxiliar a la víctima; casualment­e, aquel indultado que Rajoy olvida es hijo de un concejal del PP.

El tono de un Rajoy que, al menos esta semana, se sabe perdedor fue tan plúmbeo como poco original

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