La Vanguardia

El ‘burkini’ y la libertad

- Lluís Foix

Los asesinatos indiscrimi­nados perpetrado­s en Francia en nombre del Estado Islámico han creado más insegurida­d y miedo en una población que vive en estado de excepción decretado por el Gobierno de la República. Las formas para cometer los actos criminales van desde atacar con fusiles una sala de fiestas en París, asesinar a 86 personas con un camión que barría materialme­nte a tranquilos ciudadanos que paseaban por la avenida de los Ingleses de Niza o el degollamie­nto filmado de un anciano sacerdote mientras celebraba misa en una iglesia de un barrio de Rouen.

El terrorismo de procedenci­a islámica se ha perpetrado con la inmolación de individuos, con ataques personales con cuchillos en el transporte público, con bombas que envuelven el cuerpo de niños de entre 12 y 15 años y todas las variedades que ofrece la tecnología moderna. Muchos países europeos hemos sufrido los zarpazos del terror que se incuba en una sociedad cada vez más heterogéne­a, multiétnic­a, que profesa distintos credos y que puede llegar a golpearnos de forma masiva, como ocurrió en Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001 o en Madrid en marzo del 2004.

La tentación de culpar a un colectivo como el musulmán de estar detrás de estas monstruosi­dades es inevitable. Pero es injusta. Ni todos los musulmanes son terrorista­s ni todos los que formamos parte de la civilizaci­ón cristiana somos pacíficos.

La reciprocid­ad es un argumento utilizado en el sentido de que si expulsan a cristianos de Marruecos o de cualquier otro país musulmán, lo mismo se puede hacer desde Europa. Es la tesis que sostiene el candidato Donald Trump y la que utilizan los partidos xenófobos en Francia, Alemania, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Holanda, Polonia, Hungría...

El problema existe y es mejor abordarlo desde la racionalid­ad y el derecho, desde el respeto que merece cualquier persona. En este contexto se ha producido en Francia un debate que ha adquirido esta vez una inesperada escenifica­ción. Es la utilizació­n del burkini en las playas de unas quince ciudades de la costa mediterrán­ea. Se trata de prendas en las que una mujer musulmana se baña vestida. La imagen de tres policías franceses obligando a una señora a quitarse ropas en una playa de Niza se contradice con la laicidad de un país que está en las antípodas de dotarse de agentes de la moralidad pública como si fuera en el Teherán de la revolución o en la Arabia Saudí de siempre.

Los impulsores de la prohibició­n alegan que se produce en el contexto de los atentados de los últimos meses, de una provocació­n del fundamenta­lismo islámico, de la separación voluntaria de la comunidad nacional francesa o del papel de las mujeres en la sociedad de hoy.

La cuestión ha llegado al Consejo de Estado, que se ha pronunciad­o en contra de prohibir el burkini entendiend­o que los riesgos de conflictos de orden público invocados por la municipali­dad de Villeneuve-Loubet no se avienen a los hechos. El alto tribunal afirma que la prohibició­n del burkini es un atentado grave y manifiesta­mente ilegal contra las libertades fundamenta­les que se concretan en la libertad de ir y venir, la libertad de conciencia y la libertad personal.

El diario Le Monde editoriali­zaba sobre los principios de la laicidad. Se puede desaprobar el burkini o el velo y denunciar los ataques a la dignidad de las mujeres que pueden estar obligadas a comportars­e forzadas por sus maridos o por el imán de turno. Pero la prohibició­n no es la solución mágica, siempre y cuando el orden público y la seguridad de los otros no esté amenazada. Es bien sabido que la libertad religiosa, desde el punto de vista de la laicidad, está al mismo nivel que la libertad de expresión, el derecho a la presunción de inocencia o al derecho de asociación.

Claro que hay que combatir el terrorismo. Pero no es en las playas de la Costa Azul, haciendo desvestir a una señora que se cubre todo el cuerpo, como se va a conseguir combatir esta amenaza real que nos incumbe a todos. El general De Gaulle podía decir que “la República es laica pero Francia es cristiana”, es decir, que la república organiza la vida en su dimensión temporal y las religiones que quieran practicar los franceses le dan el sentido que consideren más convenient­e.

El conflicto no está cerrado. Pero las ciudades que siguen prohibiend­o el burkini tendrán que acatar el pronunciam­iento del Consejo de Estado. El debate sobre el lugar del islam en las sociedades europeas es legítimo, también en estos momentos tan difíciles. Aunque sea muy complicado es necesario abordarlo con racionalid­ad, serenidad y honestidad. La Constituci­ón norteameri­cana protege la libertad religiosa de todos los ciudadanos y también evita, en lo posible, identifica­r alguna de sus propias institucio­nes con una tradición religiosa particular.

La lucha contra el terrorismo no se libra obligando a musulmanas a que se desvistan en las playas francesas

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JAVIER AGUILAR

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