La Vanguardia

Baríshniko­v en Instagram

- Maricel Chavarría

Cuántos likes hubiera tenido en Instagram una foto de Mijaíl Baríshniko­v fugándose de la URSS, de haber existido entonces esta red social? ¿Un millón? Una foto que hubiera colgado él mismo desde Canadá cuando en 1974 desertó en plena gira... Es una fantasía inútil y quizás inadecuada en el contexto de aquella dolorosa situación, cuando el bailarín ruso iniciaba un exilio irreversib­le y exponía a familiares y amigos a las represalia­s del Kremlin. Pero nos la permitimos en esta última columna de verano, ya entenderán por qué. Si nos sigue fascinando Baríshniko­v es, entre otras razones, porque nos atrae el recuerdo de la guerra fría y del misterio que rodeaba todo lo soviético. También por su heroica fuga. Nuréyev, Baríshniko­v... ¿habrían sido mitos de haber estado expuestos en las redes sociales?

Llevamos un tiempo buscando un nuevo Baríshniko­v. Un relevo de aquella prodigiosa técnica, de su magia escénica, pero sobre todo de su aura. Me reconozco adicta a ese mito, y casi me da un vuelco el corazón cuando hace unos meses descubrí al bailarín Daniil Simkin en YouTube. Había oído decir que la nueva estrella del American Ballet era por fin el reemplazo, el Elegido. Que estábamos de suerte. Aunque al principio desconfié, ahí estaba, menudo, felino, con rasgos más asiáticos pero con la misma joie de vivre que transmitía el joven Baríshniko­v en sus saltos y giros en el aire. Eso sí, sin su vis trágica. Ahora he tenido la suerte de juzgar por mí misma. Simkin, de 28 años, también se fugó de la URSS. Con dos añitos. Su familia cogió el pasaporte al caer el Muro y se largó con visados de turista para nunca volver. Me lo cuenta él mismo mientras cenamos después de su actuación en la gala IBStage del Liceu. Me he sentado en la mesa de los bailarines rusos. No me enteraré de nada, pero observarle­s ya es mucho. Daniil me invita a sentarme a su lado. Yo prefiero dejar una silla vacía entre nosotros. ¿Inexplicab­le? No. Se llama desacelera­r el proceso de desmitific­ación.

Se trata de un tipo inteligent­e, todo charme y agilidad mental. Un businessma­n que habla ruso, alemán, algo de español –por su exnovia cubana– y un inglés perfecto. Me intereso por su infancia en Alemania, educado por sus propios padres en la danza, y me cuenta que su madre descendía de los alemanes granjeros que recibieron tierras de Catalina la Grande. ¿Su ídolo? Una combinació­n de la presencia de Nuréyev, la técnica de Baríshniko­v y el estilo de su padre. “¿Sabe esos rasgos asiáticos de Nuréyev? Pues mi padre procedía de por allí”. En lo que dura un primer plato me entero de que carga consigo una Leica, como Baríshniko­v, aunque no tiene interés en emularle. Él a los 40 piensa dejar el baile, “no necesito el aplauso y además quiero explorar otros campos”. Un mito moderno, vamos.

Pero la bomba desmitific­adora llega cuando me revela que las fotos las cuelga en Instagram porque así puede llevar algo parecido a un diario. Tiene 77.000 seguidores. “Sólo cuelgo una o dos al día, no quiero ser invasivo, hay que ser respetuoso con el tiempo de los demás”. ¿Se puede ser un mito mientras cuentas tu vida en Instagram?

Daniil me invita a sentarme a su lado pero prefiero dejar una silla vacía entre nosotros; no quiero desmitific­arle tan pronto

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