¿Qué pasó en Cardós?
Ramon Solsona da voz narrativa al choque cultural que supusieron en el valle del Pallars las obras faraónicas de los años sesenta
En los años sesenta, miles de trabajadores irrumpen en la Vall de Cardòs, en el Pallars Sobirà, para realizar una obra faraónica, una gigantesca red de centrales hidroeléctricas, Llavorsí, Tavascan y Montamara, con 75 kilómetros de túneles y canales subterráneos que aprovechan el ímpetu de la caída del agua sobre todo del lago más grande de los Pirineos, el Certascan, a 2.200 metros de altitud, para generar electricidad. De noche, bombea de nuevo el agua hacia los lagos superiores.
El complejo hidroeléctrico de Cardós culminó las obras que dieron potencia a la Catalunya industrial. No había una novela que plasmara qué pasó en aquellos pequeños pueblos: las historias personales que ocasionaron. Ramon Solsona, después de dar voz a la gente de Gràcia que había quedado sin narrativa, (L’home de
la maleta), se embarcó hace seis años en tejer un complejo friso de historias unidas por un hilo argumental clásico que da tensión narrativa: el asesinato de un guardia civil, un adulterio, y entremezclados: la historia de dos mineros comunistas andaluces, las noticias en sordina de un áspero contrabandista, los recelos de un propietario autóctono ante la boda de su hija con un “carrilano”, sin oficio ni beneficio, la corrupción aceptada como costumbre, el autoritarismo de los capataces, los dilemas morales de un cura a la antigua, una sociedad que está asumiendo la modernidad...
Allò que que va passar a Cardós
(Proa/Tusquets) “se me ocurrió –dice Solsona– después de una estancia en el hotel Cardós. Quise ver qué había detrás de aquella obra épica, con miles de hombres llegados de todos los puntos de España a un lugar hasta entonces tranquilo, horadando las montañas para hacer kilómetros de túneles, toda aquella actividad frenética... Y que después, acabadas las obras, desaparecieron del valle”.
La acción transcurre en 1965, en una tierra de frontera en el espacio (Pirineos, Andorra) y mental (relajamiento del nacionalcatolicismo, fin del maquis, aparición del bikini, de los Beatles...). “La Guerra Civil –dice Solsona– ya quedaba lejos y la gente da la espalda a los intentos del cura de que sigan los actos de la Santa Misión”.
El autor se extraña de que en catalán haya tan poca “novela industrial”. En la suya, donde está el mundo rural del Pirineo y el de la central hidroeléctrica, no hay descripciones ni busca el realismo social de López Pacheco o Alfonso Grosso. Tiene tinte costumbrista, muy hablada, “con algunos términos propios del Pallars, pero sin querer ir más allá en el terreno del léxico”. Tras el inicio donde se narra el asesinato en primera persona, Solsona hace avanzar la narración de los sucedido en 1965 con los testimonios de una pesquisa periodística a día de hoy mezclados con la narración en tercera persona. “Darle coherencia narrativa y ritmo a
“Quise ver qué había detrás de aquella obra épica, con miles de trabajadores llegados a un lugar tranquilo”
este puzle me ha costado mucho tiempo”, comenta Solsona. Y en esta tarea hay una analogía involuntaria con el trabajo de los topógrafos y mineros que, empezando su excavación desde distintos puntos, al final, han de hacer confluir los túneles en el lugar exacto, preciso, so pena de tirar por la borda tanto esfuerzo. Y aunque en la novela no se relatan las obras, sólo se intuyen, también hay una analogía entre los dilemas morales subterráneos que corren bajo la piel de los personajes y la montaña horadada. Como en la memoria del pasado de la que alguno de ellos no puede escapar, latiendo en otros un sentimiento de culpa y miedo a lo Raskólnikov, las consecuencias trágicas de la necedad, la necesidad de olvido como pilar para la reconstrucción de una nueva vida.
La novela, ya en librerías, aparece al mismo tiempo en traducción castellana de Victoria Pradilla en Tusquets. Sigue en pie el reto de derribar el muro que oculta a los autores catalanes en el resto del Estado.