Poderosos e indolentes
Quién mató al Banco de Barcelona? La historia económica está llena de misterios. Y algunos, como ese, condensan toda una época. Generan a su alrededor lecturas borrosas, incompletas, interesadas. Y al final se convierten en tópicos que con el paso de los años parecen verdades intocables.
El Banco de Barcelona lo creó la burguesía comercial y financiera de la ciudad en 1844. Fue el espejo de sus mejores momentos, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se enriqueció con la banca, los transportes, el ferrocarril, los seguros... Hasta su quiebra, en 1920. Su muerte fue considerada la prueba del algodón de la incapacidad de los catalanes para crear una banca propia. La evidencia de que aquel era demasiado banco para una industria demasiado pequeña. Y también extendió la sospecha de que el Banco de España le había traicionado en sus últimas horas.
¿Qué interés tiene la autopsia de una institución que floreció a lo largo del siglo XIX, y menos ahora, cuando ni esa gran burguesía (convertida en otro tópico indestructible) existe y la realidad social es muy diferente? Bueno. La historia sirve para poner el pasado en su sitio. Si además la respuesta al misterio tiene paralelismos inquietantes con el presente, la cosa tiene más morbo. Sobre todo si el agente causante de la muerte fueron las personas.
¿Quién mató al Banco de Barcelona? Sus directivos, incapaces y desinteresados por adaptarse a los cambios
Lo que ahora llamaríamos un problema de gobernanza.
Ahora sabemos que al banco le fueron bien las cosas durante mucho tiempo. Fue capaz de sobrevivir a dos grandes crisis y salió reforzado de ellas. Una longevidad que indica que tan incapaces no debían de ser. El problema es que les fue tan bien que se durmieron. A partir de 1874 dejaron de entrar en nuevos negocios. No vieron llegar una nueva oleada de cambios tecnológicos y rechazaron financiar nuevas actividades. Cuando llegó la competencia, la de bancos más pequeños que pagaban por los depósitos, ellos se negaron. No quisieron abrir sucursales. Cuando algunos accionistas se quejaron, miraron hacia otro lado.
Los directivos se perpetuaban en el cargo y se jubilaban cuando fallecían. Acudían a las juntas de accionistas casi por divertimento. Y lo que es peor, era gente sin conocimiento ni ganas de tenerlo. El mundo cambiaba a gran velocidad, pero ellos seguían allí, ajenos a todo. Fue tal el despiste que la mayoría de los miembros del consejo de administración se enteró de que iban a quebrar sólo unas semanas antes de que pasara...
El desenlace sobre el misterio del Banco de Barcelona se encuentra en las más de mil páginas que han escrito Carles Sudrià y Yolanda Blasco (las consideraciones que aquí se hacen son de ambos autores). Para ello se han dejado muchas horas leyendo las actas de la institución. Más de mil páginas contempladas desde el mundo de internet y de la verdad absoluta que contiene un solo tuit debe de sonar muy antiguo. Pero la historia se escribe así.