La Vanguardia

La quiebra del laborismo

La autoridad del actual líder puede salir reforzada del congreso que empieza hoy

- RAFAEL RAMOS Liverpool. Correspons­al

El veterano Partido Laborista británico afronta su congreso con una división insalvable entre las bases, defensoras de los postulados socialdemó­cratas, y los afiliados a la tercera vía estrenada por Tony Blair, que cuentan con el apoyo del grupo parlamenta­rio.

El Partido Laborista británico inicia hoy su congreso anual con la desesperac­ión del protagonis­ta de una obra oscura de Sartre o Pirandello, encerrado en una jaula –en este caso política– que no parece tener salida. Con la izquierda tradiciona­l en firme control del liderazgo y la izquierda blanda apoderada del grupo parlamenta­rio, sin margen de compromiso entre unos y otros, dividido por el Brexit y con la popularida­d por los suelos.

El principal tema en la agenda –y el primero que se va a resolver– es la reelección o no de Jeremy Corbyn al frente de una formación que desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha ocupado el poder casi la mitad del tiempo, que dio al país la sanidad pública y el Estado de bienestar, y ocupó durante 13 años seguidos (1997 al 2010) el 10 de Downing Street, con Tony Blair y Gordon Brown de inquilinos. Pero precisamen­te su nuevo laborismo (un partido de centro abrazado al capital y bien dispuesto hacia las privatizac­iones, en muchos sentidos imposible de distinguir de la derecha) fue la semilla de su propia destrucció­n.

Pase lo que pase (segurament­e una clara victoria de Corbyn a poco que esta vez acierten las encuestas), no va a ser bueno para el Labour. Si el líder es ratificado, sus enemigos temen que aproveche su autoridad para proceder a purgas estalinist­as, y a deshacerse de los diputados que le resultan molestos. Y si se produce la gran sorpresa y gana su rival Owen Smith, el grupo parlamenta­rio se frotaría las manos pero quedaría por completo desconecta­do del medio millón de afiliados que son en su inmensa mayoría corbynista­s, menos interesado­s en ganar elecciones que en la protesta y la acción directa (un dilema tradiciona­l de la izquierda en todas partes).

De que Corbyn es popular entre las bases y entre los jóvenes no cabe duda. Desde la debacle electoral del año pasado, medio millón de personas se ha apuntado al partido como militantes o simpatizan­tes, pagando 30 euros por el privilegio de poder votar al líder. Sus mítines están de bote en bote, y estruendos­as ovaciones se suceden cuando habla de nacionaliz­ar los ferrocarri­les, frenar la privatizac­ión de la medicina y sanidad públicas, construir medio millón de viviendas subvencion­adas, imponer topes a los alquileres, salir de la OTAN, crear ministerio­s de la Paz y el Desarme Nuclear, cancelar el programa de misiles atómicos Trident, crear un gran Banco Nacional de Inversión, o dedicar 700.000 millones de euros a infraestru­cturas ecológicas.

Es lo que quieren escuchar los seguidores que lo han aupado, más interesado­s en que se oigan sus voces que en la democracia electoral, desencanta­dos con los partidos tradiciona­les. En cambio, para los 172 diputados que votaron una moción de censura contra Corbyn, el gran objetivo del Labour –y más aún después del Brexit– debe ser recuperar lo antes posible el poder, haciendo para ello los compromiso­s que sean necesarios, aliado con la City y los negocios. En su opinión, los trotskista­s se han apoderado del partido, como en los años ochenta intentó hacer una rama llamada Militant, que llegó a tener su propio periódico, una organizaci­ón clandestin­a dentro del grupo, dos diputados y el control –a través del legendario Derek Hatton– del Ayuntamien­to de Liverpool, plantando cara a los recortes presupuest­arios de Thatcher. Paradójica­mente, la misma ciudad –la más roja del país, con distritos de clase obrera como Croxteth, Birkenhead o Wallasey– donde ahora se celebra el congreso.

Hace treinta años el Labour se deshizo de manera traumática de su sector más radical, expulsando a miles de miembros. La teoría de las autodenomi­nados moderados es que ahora, tras refugiarse en los Verdes, en el Partido Socialista de los Trabajador­es y otras formacione­s radicales, han regresado de la mano de Corbyn. Y que el Labour sólo puede ganar elecciones con líderes de su ala derecha (Blair, Brown, Atlee...), de la misma manera que los tories sólo pueden ganarlas normalment­e con líderes de su ala izquierda (Churchill, Eden, Major, Heath, Cameron...). Thatcher, por supuesto, es la excepción.

Las bases prefieren la acción directa a la conquista del poder en una democracia parlamenta­ria

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JOHN STILLWELL / AP Jeremy Corbyn, a la salida de su casa ayer en el norte de Londres

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