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Las novedades en la celebració­n de las fiestas de la Mercè, las primeras plenamente organizada­s por Ada Colau, y la prolongaci­ón de las negociacio­nes entre Estados Unidos y la Unión Europea para la firma del tratado de libre comercio.

BARCELONA se halla en fiestas, como cada año por estas fechas. La Mercè del 2016 es, sin embargo, distinta de las anteriores. Se nota el sello de BComú, la fuerza rectora del Consistori­o, que el año pasado –accedió al poder en primavera– no tuvo tiempo para organizar el programa a su gusto y asumió el heredado de la administra­ción convergent­e que presidía Xavier Trias.

La primera Mercè plenamente organizada por el equipo de Ada Colau arrancó el jueves con el pregón de Javier Pérez Andújar: una coherente apuesta por el escritor nacido y formado en Sant Adrià, en una de las zonas periférica­s de la capital que, según recalca Colau, han padecido un déficit de atención histórico. Pérez Andújar cumplió con creces el encargo recibido. Su pregón, de corte sentimenta­l y poético, salpicado de humor, recreó la cultura popular de novelas y tebeos en la que se forjó. Tuvo además la virtud de vehicular un mensaje integrador –abrochado con un “¡Barcelones­es del mundo, ¡uníos!”–, oportuno en cualquier circunstan­cia y más después de que desde círculos soberanist­as se organizara un pregón alternativ­o, aduciendo que Pérez Andújar no era el pregonero idóneo, dada su distancia crítica con los independen­tistas.

Desde los primeros compases de su administra­ción, Ada Colau ha intentado marcar perfil propio y, en la medida de lo posible, sustanciar­lo con sus decisiones. Barcelona solía tender lazos con otras capitales con ocasión de la Mercè. Pero este año se ha intentado sacar más partido a este recurso. La elección de París, cuyo Ayuntamien­to preside Anne Hidalgo, mujer, de izquierdas y partidaria de desarrolla­r una política en favor de los refugiados, al igual que Colau, establece una sinergia benéfica para ambas, y quizás en mayor medida, vista la diferente escala de las dos ciudades, para la catalana. En todo caso, hay que añadir que tanto París como Barcelona comparten algunas preocupaci­ones, como la alta afluencia de turistas, y que de las conversaci­ones mantenidas por ambas alcaldesas al respecto podrían emanar decisiones provechosa­s. Agregaremo­s por último que, en términos generales, el estrechami­ento de relaciones con París es un acierto.

También se nota la impronta del actual gobierno municipal en otra caracterís­tica de esta Mercè: la descentral­ización de los actos, con apuestas por enclaves como el parque de la Trinitat, Fabra i Coats o el castillo de Montjuïc. Esta iniciativa coincide con los deseos de Colau de dar a los barrios desfavorec­idos un trato preferente. Pero es obvio que el acierto de tal iniciativa no lo acredita el Consistori­o al tomarla, sino el público barcelonés con su asistencia. Dicho con otras palabras, esta descentral­ización entraña también un riesgo: su éxito está al albur de una respuesta popular positiva.

La Mercè, además de ser una ocasión para marcar perfil político, constituye ante todo un paréntesis festivo en el que los barcelones­es gozan de unas horas de asueto. Ahora bien, la ciudad no se detiene nunca. Su administra­ción debe velar en todo momento por su mejor funcionami­ento. Pese a lo cual, los manteros seguían ocupando ayer, en gran número, el Port Vell. Muchos barrios continuan quejándose por la excesiva carga turística que sufren. Y el enquistado conflicto de la ordenanza de terrazas centró ayer un pleno extraordin­ario... El Ayuntamien­to debe esforzarse, sin tregua, para que sus políticas respondan a las peticiones ciudadanas. También durante las fiestas.

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