La Vanguardia

Obama veta a las víctimas del 11-S

El presidente se opone a una ley que permite demandar a Arabia Saudí

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Que además de “africano” –diga lo que diga ahora Donald Trump por razones electorale­s–, Barack Obama también es “musulmán”. No se olvide su segundo nombre, el intermedio: Hussein.

Estos supuestos, basados en falsedades, encuentran mucho eco en sectores de la ultraderec­ha y entre los teóricos de la conspiraci­ón. Sus creencias se han visto reforzadas estos últimos días. ¿Cómo es posible que el presidente de Estados Unidos se ponga al lado de Arabia Saudí, en contra de familias de compatriot­as que se vieron devastadas por el 11-S , se arriesgue al escándalo público y a que sus propios colegas demócratas le den la espalda?

Ni siquiera se había instalado en Washington, ni había conseguido el escaño de senador en la capital, cuando se produjeron los ataques del 2001 al Pentágono, en Pensilvani­a y, sobre todo, en Nueva York, con cerca de 3.000 muertos al desplomars­e las Torres Gemelas tras el impacto de sendos aviones comerciale­s.

En la Casa Blanca residía por entonces George W. Bush, apellido del sector petrolero que se ha vinculado a intereses comerciale­s con los jeques árabes.

Pasada década y media, Obama afronta el impacto de esa tragedia en primera persona. El presidente vetó ayer por la tarde (el plazo de diez días acaba a medianoche) la legislació­n aprobada en las dos cámaras, sin disentimie­ntos, que permite a las citadas familias de la víctimas plantear reclamacio­nes judiciales contra los saudíes. Se ampara en que 15 de los 19 terrorista­s eran nacionales de Arabia Sau- dí. Esta decisión coloca a Obama “ante la indigna mordedura de la anulación de su veto”, como lo describe The New York Times. A lo largo de sus casi ocho años, en once ocasiones ha ejercido el derecho de rechazar una ley procedente del Capitolio.

Esta vez, sin embargo, emergen todas las circunstan­cias para que, por primera vez en casi ocho años, sufra esa derrota. La anulación requiere

La Casa Blanca no quiere arriesgar la relación con la monarquía saudí, su gran aliada árabe Amplio consenso entre republican­os y demócratas para anular el veto y que los saudíes “paguen”

de dos tercios de la mayoría en el Congreso y el Senado. Esto es, 290 y 67 votos, respectiva­mente. Lo peor es que esas cifras significan que miembros de su partido harán de tránsfugas, algo impensable en casi todas las materias debido a la polarizaci­ón política de los bandos.

A pesar de su proximidad, la candidata Hillary Clinton se desmarcó de Obama y respaldó la normativa. Dijo que si fuera presidenta, la firmaría, paso requerido para su entrada en vigor.

Después de expresar “profundo afecto” por las víctimas, Obama manifestó que se trata de una mala ley. “No contribuye a elevar la seguridad de los estadounid­enses frente a un ataque terrorista y socava el núcleo de nuestros intereses”, indicó. Esgrimió varios argumentos, que van de la geoestrate­gia a los asuntos propios, puesto que otras naciones podrían introducir medidas similares contra EE.UU., la potencia más extendida en el planeta.

La vigencia de esta ley supone un peligro para la relación con Arabia

Saudí, principal socio en la zona, pero, además, con cualquier otro aliado. Y, en especial, el Gobierno de Estados Unidos, las fuerzas de seguridad, los diplomátic­os o las compañías correrían el riesgo de ser llevados ante los tribunales del todo el mundo.

No sólo los saudíes han presionado contra esta norma, reiterando que no tienen nada que ver con los ataques (la comisión del 11-S negó cualquier conexión). También la Unión Europea expresó su rechazo. Expertos de los dos partidos remitieron una carta al Departamen­to de Estado en la que sostienen que esto “debilita la soberanía nacional”.

Sucede que, en plena campaña y con un presidente al cierre de su último mandato, los legislador­es, de uno y otro lado, están más preocupado­s por su destino político que por dejar una mota de polvo en el legado de Obama.

Una vez vetada, la pieza regresaría a las cámaras, donde se procedería al debate sobre su anulación. Hay legislador­es que han expresado ganas por introducir cambios –poner condicione­s al acudir a la justicia– para que sea aceptable.

Sin embargo, la oposición es dura y está dentro de las filas más fieles al presidente. “He trabajado con esas familias durante años y pienso que se merecen su día en los tribunales”, declaró Nancy Pelosi, jefa de la minoría demócrata en la Cámara de Representa­ntes. Su posicionam­iento resulta ilustrativ­o por cuanto Pelosi es una de las más devotas seguidoras de Obama.

“Para un presidente que ha servido en una época con semejante división, una anulación no es una mancha en su expediente”, terció el neoyorquin­o Chuck Schumer, número tres

La Casa Blanca teme que la ley abra la puerta a demandas de víctimas de otros países contra EE.UU.

de los demócratas en el Senado e impulsor de esta ley.

En la época final de los mandatos, en el llamado periodo del pato cojo, los presidente­s son más débiles. En sus dos últimos años, a George W. Bush le anularon cuatro vetos.

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CAROLYN KASTER / AP El presidente Barack Obama corre el riesgo de que hasta sus más fieles partidario­s le den ahora la espalda en el Congreso

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