Refugiados
Uno de los dramas que están tomando visos de enquistamiento crónico en nuestro mundo actual es el de los refugiados. Son 65 millones de hombres, mujeres y niños en un planeta que supera con creces ya los 7.000 millones los que están sufriendo el desarraigo, el hambre, la enfermedad, la miseria, la impotencia, el miedo. En definitiva, un dolor físico y mental que, en muchos casos, les sume en una tristeza y desesperación irreversibles.
Las reuniones o cumbres en la Unión Europea o en la Asamblea General de la ONU sirven para muy poco cuando no se atajan con eficacia las causas de los conflictos que provocan este intenso y cruel drama humano. Las fronteras son líneas lábiles, porosas, extensas, en muchos casos blindadas, pero en ningún caso pueden ser el destino final o el agujero funeral de estos éxodos cuasi bíblicos que enturbian y ennegrecen la conciencia de los países ricos o desarrollados.
No es nada fácil taponar estas hemorragias demográficas permanentes. El coagulante necesario sería la paz universal y perpetua. Pero hay demasiados intereses creados inconfesables para llegar a esta pax universal sobre la que Kant escribió lúcidas reflexiones en el siglo XVIII. Mientras, playas remotas o cercanas, campamentos hacinados con pésimas condiciones de salubridad e higiene, alambradas de espino, muros o controles policiales seguirán siendo el sarpullido de la vergüenza de un mundo deshumanizado que tan sólo se guía por el dinero y el rudo y vergonzoso egoísmo de trazos gruesos. AGUSTÍN ARROYO CARRO Madrid